El Heraldo de Cristo 1963, n. 642
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EL HERALDO
DE CRISTO
REVISTA MENSUAL DE LOS P. P. FRANCISCANOS DE LA T. O. R.
SEPTIEMBRE 1963
Año Lili - Núm. 642
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REDACCIÓN Y ADMÓN:
CONVENTO DE SAN FRANCISCO
TELÉFONO 12695
PALMA DE MALLORCA
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DIRECTOR:
P. L. GARÍ-JAUME, T. O. R.
VICE-DIRECTOR: P. JAIME TUGORES, T. O. R.
ILUSTRACIÓN ARTÍSTICA: P. F. BATLE, T. O. R. Y GORO
IMPRESIÓN: ARTES GRÁFICAS GIMÉNEZ
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PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN:
ORDINARIA. ... 40 PTAS. BIENHECHOR ... 75 PTAS. PROTECTOR ... 100 PTAS.
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DEPÓSITO LEGAL P. M. 340-1958
NUESTRA PORTADA
Camello y camellero por las rutas so¬ leadas del Oriente Medio, hacia donde peregrinó EL HERALDO con un grupo de treinta mallorquines. (Lea
en este número: HACIA EL PAIS
DE JESUS.

cJ^ea en
i este numero:

Algo más sobre el «Caso Profumo»

3

Hacia el País de Jesús

4

Reny a germà foc (poesia)

12

Arte cristiano de hoy

13

Cuestiones Lulianas ....

16

De la poesia obscura a la nova poesía

realista

17

Página del Terciario

19

Block de notas

21

Noticias sin comentario .

23

Preguntas y respuestas .

25

Página de humor ....

27

BIRECTOR-PROPIETARIO:
NELSON B. CRAMER

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TALLERES Y OFICINAS: Pasoje Ca'n Faixina, 68-70 y 72 -15012 y 22273 TIENDA: Plaza Olivar, 22 -11104
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EDITORIAL
Algo más sobre el <i^Caso Vrofumo»
La tarde del día 9 del mes de agosto, desaparecían, incinerados en el horno crematorio de Mortlahe, en la parte suroeste de Londres y cerca del parque de Richmond, los restos mortales del Doctor Ward, uno de los mejores especialistas en huesos de Inglaterra con¬ denado en los tribunales de la nación por proxenetismo. Un pobre hombre, en definitiva, que fue capaz de revolcarse y de promover los bajos fondos de la sociedad londinense, y que, después, no tuvo el valor suficiente para presentarse sucio y ennegrecido ante la mis¬ ma sociedad. Y por eso —lo declaró él mismo— recurre a la solu¬ ción fácil y trágica del suicidio.
El asunto es demasiado serio como para hacer literatura so¬ bre él. No es eso lo que pretendemos. Es precisamente todo lo con¬ trario: alzar el dedo y condenar, elevar la voz y llamar públicamen¬ te homicida y criminal a la prensa «sensacionalista». Se ha comer¬ cializado demasiado con el llamado «caso Profumo». Invocando y so pretexto de la «verdad», se ha aireado a los cuatro vientos, con un lujo excesivo de detalles, lo que no dejará nunca de ser pura por¬ nografía y carnaza. La prensa mundial al unísono, o con raras y me¬ ritorias excepciones, ha jugado durante unas semanas largas con lo que no dejará de ser nunca puro maridaje y sensualismo. Y ahí es¬ tá, como resultado escalofriante, un hombre muerto, suicidado, en el fondo de un abismo a donde quizá se le empujó desde las colum¬ nas de periódicos «sensacionales» o «sensacionalistas».
En el «caso Profumo» ha sido todo excesivo. Se excedieron ellos por la pendiente de la «dolce vita» y nos hemos excedido nosotros en la inaudita y exagerada publicidad o sensacionalisme. Y como consecuencia, repito, un hombre suicidado para ser más tarde inci¬
nerado en un horno crematorio...!
Y lo malo es que en muchas partes se nos presenta este espec¬ táculo como un espectáculo «católico». Aunque yo pregunto: ¿Cuán¬ tos han presentado el «caso Profumo» con decidida finalidad ética? ¿Cuántos lo han condenado con marcada finalidad constructiva? ¿O acaso no se han dado más bien la mano los fines comerciales y lu¬ crativos con los sensuales y pornográficos? La Iglesia sólo condena, en la gran generalidad, desde el silencio religioso y húmedo de un confesonario y a los individuos los absuelve en singular, en secre¬
to...
Creemos que con el tristemente célebre Doctor Ward se ha co¬ metido una de esas injusticias sociales, de esos pecados colectivos, en el que pocos de nosotros tienen las manos del todo limpias. El era, ciertamente, campeón de ese mundo desolado, donde la ausen¬ cia de toda inhibición y la libre acción de los instintos parecen re¬ sumirse en esta palabra: libertad; pero otros han explotado ese pe¬ cado, han comercializado con él, lo han aireado a todos los vientos con afanes lucrativos... Y publicando el pecado han denunciado al
pecador, lo han hundido, lo han asesinado... «Estoy abrumado, —con¬ fió a un amigo suyo días antes de ingerir los soporíferos—lo que más me duele es que todo el mundo me condene a mí como único
culpable».
3

Vista panorámica de Jerusalén
HACIA EL PAIS DE JESUS

Impresiones del II Gran Itinerario de la Fe a TIERRA SANTA, organizado por «El Heraldo de Cristo».
Escribe: L GARI-JAUME, T. O R.

«Si de ti me olvidare^
Jerusalén...»
«Si de ti me olvidare, Jerusalén, olvídese de mí mi diestra; pegúese mi lengua al paladar, si no me aeordare de ti, si no pusiera a Jeru¬
salén por eneima de cualquier alegría» (Salmo 137). Estas estremecedoras palabras del salmis¬ ta acuden a mi mente, al disponerme a orde¬ nar por escrito las impresiones de mi reciente viaje al País de Jesús. Y no sé por qué me hago la idea de que mi nostalgia de Jerusalén es mucho más honda que la de los israelitas en
el destierro. La Jerusalén de entonces •—aque¬
lla fortaleza jebusea que David consolidara y Salomón enalteciera con el mayor de los tem¬ plos que los antiguos erigieron al Dios Unico— nc era más que una sombra de lo que sería después.
Jerusalén se convirtió en Ciudad Santa el día en que sus habitantes llevaron a Jesús de Nazaret a crucificar fuera de las murallas. El hecho ocurrió hace dos milenios; los archivos
del Imperio debieron recibir, allá por el año 36, las minutas de ese juicio de muerte. Un hecho, por tanto, que pertenece a la Historia. Pero no se trata de un hecho cualquiera: el hombre que moría era Dios. Jerusalén, cien veces destruida y otras tantas reedificada, es la única ciudad del mundo que puede contarnos semejante aventura. La Jerusalén de hoy, co¬ mo la de ayer y de mañana y de siempre •—¡ la Jerusalén Celestial!— seguirá dando testimonio de ese hecho que excede de la Historia y que condiciona la vida de cada hombre. ¿Podré
nunca olvidarme de ella?
Se me había hablado de cambios y atropellos

en los Santos Lugares. Confieso que por ello sufrí una no pequeña confusión la primera vez que estuve allá, hace ahora exactamente diez años. Esta vez he venido con la impresión de que nada ha cambiado. Todo sigue igual en ese misterioso Oriente, desde el tiempo en que los Patriarcas habitaban en tiendas y reñían por ganado. La otra vez me dejé llevar un tanto por la erudición de los libros, inquiriendo la edad de las cosas y el rigor científico de los hechos Y sucedió que, a menudo, el árbol me impidió ver el bosque. Ahora estoy convenci¬ do de que ni los libros ni los hombres son los mejores «guías» para viajar por esa tierra en¬ noblecida por Dios con el más alto de los de¬ signios. Bástanle al peregrino la Biblia —el Libro de los Libros— y su alma sola para se¬ guir los pasos de Aquél que dijo: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasa¬ rán». Y su Palabra quedó resonando por los valles y colinas palestinianas... Lo demás, si fue aquí o un poco más allá, quédese para sa¬
ludable distraimiento de los eruditos. Yo sé
muy bien que cuando vuelva a Palestina, lo
haré como uno más entre la multitud enfervo¬
rizada de peregrinos que en todos los tiempos
se han encaminado a Jerusalén para postrarse ante el Sepulcro del Señor.
Hecho el elogio, no por exaltado menos sin¬ cero, a la ciudad de mi corazón («...Péguese
mi lengua al paladar, si no me acordare de ti...»), voy a hablar de «nuestro viaje». Así, en plural, porque éramos treinta mallorquines que caminamos como un solo hombre por los caminos del Señor. ¡Como en familia...! Una gran familia que permanecerá mucho tiempo unida en el recuerdo de un viaje inolvidable. Me lo asegura la emoción que vi subir a los

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ojos de muchos en el momento de separarnos. Trato de dar impresiones, no escribir las me¬
morias completas de nuestro largo peregrinar. Muchos emprenden un viaje para escribir un libro, como nos enseña Homero. Yo sólo iba al encuentro del Hombre Dios, bajo el mismo cie¬ lo que le vio nacer y morir.
El viaje duró 27 días, del 14 de junio al 13 de julio. Buen viaje de placer el nuestro, sin les naufragios de San Pablo o los cautiverios de los peregrinos medievales, y sin sentir el cálido aliento del desierto que calcina las tie¬ rras de Oriente. Antes de poner pie en Tierra Santa, se recorrió todo el Mediterráneo —ese mar de nuestra historia— y la rueda de nacio¬ nes que se bañan en sus aguas. No menos im¬ presionante que el paso a remolque por el Ca¬ nal de Corinto (25 Km. de largo por 25 m. de ancho, en un paquebote de 18 m. de man¬ ga) fue el devorar centenares de kilómetros, bajo el sol de las dunas, por la nueva cinta de asfalto que une Alejandría con El Cairo, a tra¬ vés de un mar de arena sin orillas. ¿Y qué de¬ cir de la visita, a lomos de camello, a las Pi¬
rámides, como en un cuento de Las mil y una noches? ¿Y de Atenas y su Acrópolis, esa rui¬ na suntuosa que subsistirá al arte de todos los tiempos? Y de Rodas, ¿qué decir de su paisaje que, aun sin los «colosos», nada tiene que en¬ vidiar a Mallorca? Pero, ¿para qué seguir evo¬ cando impresiones, pasadas ya después de todo, cuando llevo unos cuantas en carne viva? De
ese recorrido por el mar de Ulises, conservo, intacta, la emoción de nuestro paso por Roma, señalado por la «fumata bianca».

gel? ¡El Papa ha muerto!» Roma, cabeza del mundo, estaba' sin Pastor. Había que elegir
al 263 sucesor de San Pedro.
Llegamos a la ciudad del Tiber la noche del 18 de junio, y al día siguiente, por la tarde, empezaba el cónclave. Una muralla de silencio se elevó entre los ochenta y dos cardenales reu¬ nidos en la Capilla Sixtina y el mundo exte¬ rior. Estábamos en vísperas de una nueva Pen¬
tecostés. El corazón de Roma latía con el an¬
sia de los dos mil millones de seres amados
por el Papa de la «Pacem in terris». Los ojos de un mundo amenazado por explosiones nueleares estaban prendidos del humo de una in¬ significante chimenea del Vaticano.
Protegido de la canícula romana por la cuᬠdruple eolumnata de Bernini, aguardé el resul¬ tado de la primera votación. El humo, como esperaba, salió negro. Después, llevado por la multitud, me fui a postrar ante el sepulcro del Papa Roncalli, oloroso de flores y plegarias. No tuve lágrimas para llorarlo: muerto, seguía sonriendo a cada uno de sus hijos. Me retiré y, sin darme euenta, me encontré de nuevo de rodillas, rezando ahora ante el sepulcro del Papa de mis cinco años de Roma: Eugenio Pacelli. Y no sé por qué, al salir de las grutas vaticanas, pedí al buen Dios la inteligencia de Pío XII y el corazón de Juan XXIII para el

Habemus Papam!
«Todos los caminos llevan a Roma», y el de Roma pasa por Jerusalén. Yo aconsejaría a to¬ dos los peregrinos de Tierra Santa una visita a la ciudad de los Papas. Sencillamente, para darse uno cuenta de que fue en Jerusalén y no en Roma donde nació el cristianismo. Y que
si hoy la seguimos llamando Ciudad Eterna, es porque un pescador de Galilea vino a morir cru¬
cificado sobre una de sus siete colinas. El
mundo occidental no debiera haberlo olvidado
nunca. Quizá, ahora, en ese ambiente ecuméni¬ co que respiramos, no nos sería tan difícil po¬
nernos en camino hacia la Casa del Padre, co¬
mo peregrinos que somos todos los mortales de
la Jerusalén Celestial.
A Roma, pues, fuimos de paso para Jerusa¬ lén. Y a Roma se va siempre para ver al Papa. ¿Lo veríamos nosotros? La silla de Pedro es¬ taba vacante desde el día en que Massella, car¬ denal eamarlengo, había pronunciado sobre el cuerpo inerte de Angel Roncalli —el bueno de Juan XXIII— estas palabras: «¿Duermes, An-

Primera Bendición urbi et orbi de Pablo
VI, en la histórica mañana de su elección.

«Impresionante el paso a remolque por el Canal de Corinto (6 km. de largo por 25 m. de ancho, en un paque¬
bote de 18 m. de manga).»
hombre que pronto debía ceñir la triple tiara y llevar el anillo del Pescador de Galilea.
No pude ver la «fumata» de la tarde del día
20. Nuestro cocbe estaba a merced de un inex¬ tricable atascamiento de tráfico, mientras el
l’.umo negro de la segunda votación se enroje¬ cía de sol poniente. Al llegar, una hora más tarde, los dos brazos de la columnata de Ber¬ nini estaban casi desiertos de gente. Pero allá, en la gruta vaticana, Juan XXIII seguía aca¬ riciando y bendiciendo a una multitud de hi¬ jos que no podían desprenderse de sus brazos.
Y abora es la pluma que se me atasca entre los dedos, al tener que narrar lo inenarrable. Debe ser verdad que los grandes momentos del alma son mudos. Yo no acierto a expresar lo que sucedió a mi derredor la mañana del 21 de junio, cuando vi ascender, jubilosa, la nubecilla blanca de la tercera votación. Dicen que fue a las 11’20 de la mañana. Así lo asegura¬ ba, en grandes titulares, el periódico que com¬
pré aquella misma mañana en Plaza San Pe¬

dio. Yo sólo sé que estaba allí con mi emoción,
viviendo con los 300.000 asistentes una de las
horas más impresionantes de la historia. El Es¬ píritu Santo se había posado sobre uno de los 82 cardenales y su presencia se multiplicaba en las blancas palomas de pañuelos flameantes al
sol del mediodía.
No tengo por qué hacer crónica de lo que ya es historia vivida por todos. Habemus Papam! i a tenemos Papa! Un hombre, que ayer era Boncalli y hoy es Montini, ha sido elegido por Dios Sumo Pontífice, es decir, «constructor de puentes». Y Pablo VI está decidido .a afianzar los puentes que el corazón de Juan XXIII ten¬ diera sobre nuestro pebre mundo desgarrado en dos partes. En el nombre del Apóstol de las Gentes la Iglesia ha encontrado, definitivamen¬ te, al Pastor que debe cargar con «la solicitud de todas las iglesias». Y a ese Padre, portador en su alma de la mejor de nuestras esperan¬ zas, debemos expresarle, tú y yo y cada uno de nosotros, el más agradecido amor.
Alguien podría pensar que nos hemos desvia¬ do mucho de la meta de nuestro viaje. Sólo en apariencia. El hombre que aquella mañana de junio se asomó por primera vez, vestido de blanco, a los balcones del Vaticano, era el tes¬ tigo, el heredero, en el cual Cristo se confió con estas palabras: «Tú eres Pedro...» En su voz, en su gesto, cuando levantó los brazos pa ra su primera Bendición Urbi et Orbi, estaba la misma fuerza, la misma gracia que en las fuen¬ tes del Jordán, un buen día de verano del año 29, Jesús concedió a Pedro, porque sabía que era firme como una piedra. El pasado se ha¬ cía eternamente vivo y presente en la ciudad de los Papas. Y nosotros, —los treinta afortu¬ nados mallorquines—, testigos en el corazón de la aplaza del mundo» del prodigio, casi incon¬ cebible, de la elevación de un hombre a Vica¬ rio de Cristo, pronto reviviríamos la escena en su propio marco. Este acercamiento a Cristo en el tiempo y en el espacio es, sin duda, la ma¬ yor gracia de un viaje a Tierra Santa.
Por el mar de los recuerdos
Al día siguiente de la elección de Pablo VI, 22 de junio, salimos de Roma en tren para Flo¬ rencia y de allí para Venecia donde, al anoche¬ cer del día 23, embarcamos rumbo a Oriente,
con las mil luces de la ciudad de los canales
por escolta. Podría, con el dedo sobre el mapa de nuestro crucero por el Mediterráneo, ir con¬ tando las encontradas emociones que uno reci¬ be, por ejemplo, en Atenas, la ciudad que ya no cree en sus dioses, o en El Cairo, donde el lujo conoce la más espantosa miseria. Y podría, con la ayuda del pico del arqueólogo, evocar lí historia de milenios que duerme en sus pie¬ dras. ¿Para qué? La obra del hombre no tras ciende de sí misma, y nosotros íbamos en bus¬ ca del Dios que plantó su tienda entre los hom¬
bres.

ó

Al pie de las Cariátides, el Areopago sigue ignorando al «dios deseonocido» que San Pa¬ blo pretendió revelar un día a los atenienses
eon la retórica de sus filósofos. Pero, al oir hablar de un Dios Hombre resucitado de entre
los muertos, una despectiva carcajada resonó en el ágora, cortando de raíz los ímpetus elocuen¬ tes del hombre de Tarso. Todos allí pensaban como el viejo Esquilo: «Cuando el polvo ha bchido la sangre de un hombre, no cabe ya que resucite». Y gritaron: «Otro día te oiremos eso» (Hechos, 17, 31). En la ciudad de los dioses no habrá iglesia, y Pablo tendrá que di¬ rigirse, por el camino en cornisa que bordea el mar desde Atenas a Corinto, a la ciudad de Afrodita —cuya corrupción se hizo tristemente
21,.—EAlcelebreenelargotdeentonces—parapredicar
a Cristo con el desnudo lenguaje de la Cruz. El
fracaso de Atenas, hizo brotar en Corinto la
más hermosa de las iglesias de Pablo. Cuando, desde el mar, divisé las ruinas de la Acrocorinto, pobladas un día de prostitutas, no pude me¬
nos de recordar en alta voz —los que me ro¬
deaban son testigos— la gran experiencia vivi¬ da por el Apóstol de las Gentes.
La roca pelada del Areópago recuerda al pe¬ regrino el fracaso de toda filosofía humana. ¿Y las Pirámides? Oh, las Pirámides aplastan. No pude contemplar esas moles ciclópeas, sin per¬ cibir el grito desgarrador de la multitud de es¬ clavos aplastados bajo cada piedra. El país que
alimentaba a los muertos en el reino de Osiris, sacrificaba así a los vivos... Recorriendo uno
de los sucios y pobres barrios de El Cairo, la
exultante frase de Ab-ul Latif —«Todas las co¬
sas temen al tiempo, pero el tiempo tiene mie¬ do a las Pirámides»—, a más de irónica, :ne stnó terriblemente amarga. ¿Qué debieron pen¬ sar de las Pirámides los tres sagrados fugiti¬ vos de la ira de Herodes? Quizá lo sepa la Es¬
finge. Pero, ¿quién se atreve a interrogar a la enigmática Esfinge, de mirada amenazadora?
De El Cairo nos dirigimos, por carretera, a Port-Said, atravesando la bíblica región de Go
sen y bordeando, a partir de Ismailía, el Canal
de Suez —esa vía hecha por los hombres para unir dos mares— y «aperire terram gentibus»
(abrir la tierra a los pueblos), según reza la inscripción del monumento erigido en Port-Said
a Fernando de Lesseps.
A los umbrales del Oriente
Cuando se llega por mar, Beirut parece —di¬
cen los libaneses— una bella sultana que se baña en el Mediterráneo. Y a la verdad, Bei¬
rut, respaldada por las viejas montañas del Líbano, —digo viejas por las numerosas cul¬ turas que por ellas pasaron—, es hoy una be-
grupo se dirige, a lomos de comello, a los fomo-
sos Pirámides de El Cairo.
cuatro de nuestras peregrinas se les obligó a ves¬ tir amplias cc pos negras, para entror en la Mezqui¬ ta de los Omeyas (Damasco).
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lla ciudad mediterránea a los umbrales del
Oriente. Nuestra corta visita a la antigua Berytos, apenas desembarcados, no me permite
remover su historia cuatro veces milenaria. Pa¬
ra el visitante de unas horas, la legendaria Bei¬ rut de los tiempos de San Jorge es hoy una ciudad europeizada, concretamente, afrancesa¬
da, donde se practica esquí acuático y se ce¬ lebran concursos anuales de belleza (Vi a núes tra Marujita luciendo todavía su belleza «eu¬
ropea» en un cartel turístico de una agencia de viajes). Eso no quiere decir que en sus rui¬ dosas calles, rebeldes a toda planificación urba¬
na, no se encuentre uno con lo que suele lia marse el «pintoresco Oriente». Cosas que pa¬ san... El país que un día, con el alfabeto, dio al mundo el instrumento de todo conocimiento, hoy se enorgullece de formar parte de la famo¬ sa «civilisation française». A su vez, con sus dos Universidades, la bella, histórica y legen¬

daria capital del Líbano, desposada con el mar, como Venecia, se ha convertido en faro y nor¬ te {Feniké —Fenicia— llamaban los fenicios a la estrella Polar) de todo el Oriente Medio.
De nuestro paso por el país de los fenicios, quede mi respetuoso saludo a los 400 cedros que viven agrupados a 2.000 metros de una altura con nieves perpetuas, representantes de aquellos famosos cedros que Salomón convirtió en columnas de su templo y los propios fenicios en mástiles de sus naves. Se quedaron en los montes, como centinelas, para indicar a los pe¬ regrinos la ruta que conduce a los Santos Lu¬
gares.
En otro tiempo, para el peregrino de Occi¬ dente que llegaba por mar, el puerto de en trada a Palestina era el antiguo de Jaffa o el más abrigado de Haifa, cuando el mar andaba revuelto. Ahora, después que la guerra árabejudía de 1948 revolvió todas las fronteras de Tierra Santa, se suele escoger el itinerario Bei¬ rut — Damasco — Ammán — Jericó, entran¬ do en la Tierra de Promisión por el camino que inauguraron los israelitas del desierto. El via¬ je pierde en tiempo, pero gana en interés.
Así, en el trayecto de Beirut a Damasco, pu¬ dimos admirar, al pie del Anti-Líbano, una de las maravillas de la antigüedad: Baalbek, La He liópolis —ciudad del Sol— de los griegos. El sentido práctico de los romanos les llevó a es¬ coger este lugar de la llanura del Beqa, fértil entonces en cereales y ahora en «hachich» —la droga que envenena al Oriente—, para dejar constancia del poder de su genio creador. En los siglos II y III, surgieron, como réplicas a L-. trinidad fenicia de Baal, Astarté y Adonis, los tres templos de Júpiter, Venus y Mercurio, construidos sobre unas pétreas plataformas arti¬ ficiales que resistirán el paso de los años.
Como los cedros, las seis grandes columnas del templo de Júpiter, que se levantan sobre los tres más grandes bloques de piedra que se conocen —de ahí el nombre de Trilithon—,
se han convertido en símbolo de ese duro pue¬ blo de montaña botado al mar de nuestra his¬
toria que es el Líbano.
Una anécdota de verdad
En un viaje largo, como era el nuestro, la anécdota puede surgir a cada paso. Y cuando se viaja con gente de buen humor, como tam¬ bién era la nuestra, la anécdota se hace una compañera más de viaje. Con todo, yo no esta¬ ba para bromas cuando entregué los treinta pasaportes al arisco policía de la frontera siria. ¿Qué pasaba? En seis de ellos había el Visado israelí, puesto por descuido por el mismo Con¬ sulado de Lisboa que había expedido los trein¬ ta salvoconductos especiales para visitar Israel, Y yo sabía que, de advertirlo el policía, y a pesar del «annulé» estampado sobre los mismos,
Las seis monumentales columnas que quedan del templo de Júpiter en Baalbek (Líbano).

S6 cerraría el paso a los seis titulares de los pasaportes en cuestión, no pudiendo visitar los Santos Lugares de la zona árabe, que son los más importantes. Pues, los árabes han extre-^ mado su odio antijudía hasta el punto de pro¬
hibir el acceso y visita a sus países a quien ten¬ ga intención de dirigirse a Israel. Por eso in¬ validan todo pasaporte en el que aparezca el menor signo hebreo. No, yo no estaba para bromas cuando entregué aquellos seis pasapor¬
tes mezclados con los otros. Pero, aún entonces, nc faltó la anécdota. Y pasó lo que tenía que
pasar. Los ojos del arisco policía, centelleantes bajo su keffié a rayas rojas, miraron y remi¬ raron, página tras página, cada pasaporte, y no
213.—DAPeasrtdvieronnada.Pero,detantomirar,selenubló
la vista a nuestro pobre policía de cutis olivᬠceo y su fobia antijudía le llevó a tomar por hebrea una palabra de indiscutible cuño espa¬ ñol. Resultaba que la S inicial de SALIDA no aparecía en el matasello de un pasaporte, por falta de tinta, y las restantes letras —ALIDA— formaron para el beduino vestido de caqui que representaba la polcía de Siria, vete a saber qué palabra hebrea. Y se quedó repitiendo la palabra, leída en su ignorancia, quemándole la punta de los bigotes. Tuve que echar mano de varios idiomas para aclararle que SALIDA, en español, significa lo mismo que sortie en fran¬ cés y exit en inglés y ausgang en alemán (o lo que nosotros, en mallorquín, entendemos por «sortida»). Debí convencerle, porque al po¬ co tiempo me encontraba otra vez con los treinta pasaportes en mano, contándole a nues¬ tro grupo lo que acabo de reseñar.
En el recuento de impresiones que estoy ha¬ ciendo del viaje, creo que esta anécdota ayu¬ dará a comprender mejor a los hombres de es¬
te misterioso Oriente Medio.
«El ojo de Oriente»
A Damasco se llega llevados de la mano por el río Barada, que ha hecho de la Capital de Siria un inmenso oasis en plena pujanza del
desierto.
Damasco es una ciudad que actúa por en¬ canto en el alma del viajero, y el encanto está en, sus bullentes zocos conocidos en todo el mundo. Por ello se merece el homenaje del callejeo. Allí uno se abandona a placer, como perfecto turista, por entre el río humano que avanza bajo calles cubiertas, con alternancias de luz filtrada, para encontrarse de pronto en el reino de las Mil y una noches. Allí está to¬ do el Oriente con sus tapices, alfombras, bro¬ cados, maderas incrustadas, objetos damasqui-
de nuestro grupo, acariciando soñadores ca¬ mellos, frente a la Pirámide de Keeps (El Cairo).
Ismailia a Port-Soid bordeamos el Canal de
Suez, el camino abierto por Fernando de Lesseps para unir dos mares.
orillas del río Jordán, en el lugar donde la tradi¬
ción coloca el Bautismo de Jesús.
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La calle Recta que recorrió S. Pablo después de su con* versión, transformada en bello y elegante zoco cubierto
de Damasco.
nados, perfumes, joyas y toda elase de anti¬ güedades. En el aire viciado flota el olor tra¬ dicional de incienso y de cordero asado, de ungüentos y especias aromáticas, que se mez¬ cla con el hedor que dejan a su paso las mul¬
titudes orientales. Allí, en el río de la calle, so cruzan todas las razas que ha producido el desierto: beduinos quemados por el sol, muje¬ res veladas de negro, hombres y mujeres con túnicas bordadas de rojo, verde y amarillo, co¬ merciantes en corbata y velo blanco ceñido a l.T cabeza con dos cintas de pelo de cabra, es¬ tudiantes en camisa sport y niños, muchos ni¬ ños harapientos, cuya belleza no conoce el agua, pero que serviría a Murillo para pintar
«niños de la concha». Allí está todo el Medio
Oriente con sus hombres y sus camellos que hurgan el aire y sus asnos trotadores que dis¬ putan al transeúnte la calzada

A través del Suk el-Aruán, el más típico de los zocos, llegamos a la gran Mezquita de los Omeyas, gloria del Islam. Nos obligan a calzar las rituales babuchas, y a cuatro del grupo, ade¬ más, las envuelven con una capa negra que
les llega a los pies, por respeto a la «santidad» de Alá y de Mahoma su profeta. A «Mebsenda», la princesa Lejanaa, acaban de nacerle cuatro rivales. El hecho requería una foto. (Mientras yo pienso que, de hacerlo así en Mallorca, no bastarían todas las telas
de Damasco para cubrir tanto desnudismo). Vale la lección, aunque provenga de un árabe de harén. Al entrar, la doble hilera de co¬
lumnas corintias me recuerda en seguida la
antigua Iglesia de San Juan del emperador Teodosio, transformada en mezquita por el sexto de los omeyas, Ualid I. En el centro aún
está la urna de mármol blanco que debe ence¬
rrar, según los musulmanes, la cabeza del Bautista. Y aquí y allá, como en todas las mezquitas, se ven corros de jóvenes sentados
en el suelo alfombrado, con las piernas entre¬
cruzadas, aprendiendo versículos del Corán que después, como cheiks, deberán explicar todos los viernes desde el minbar o púlpito; gru¬
pos de viejos encanecidos dormitando sobre el libro santo, o algún solitario que desde un rin¬ cón repite, una y otra vez, que «no hay más Dios que Alá y que Mahoma es su profeta», acompañando la jaculatoria con un balanceante movimiento de todo su cuerpo, como si cabal¬ gara sobre imaginario camello. Dejada la penumbra de la mezquita, a uno se le van los ojos por entre las arcadas del patio, inun¬ dado de sol, tras la punta de los tres minare¬ tes, hendiéndose en el azul, sobre uno de los cuales, por nombre Jesús, vendrá el Mesías a juzgar al mundo en el último día. (En la ex¬ planada de la mezquita de Ornar, en Jerusalén, nos enseñarán las arcadas que sostendrán las «balanzas» para pesar las almas en el Día del Juicio). No es euestión de entretenernos ccn semejantes consejas árabes que nos apar¬
tan de los recuerdos de San Pablo, a quien ce¬
gó la luz del Mesías ya venido, frente a las puertas mismas de Damasco. Después de ad¬ mirar el mausoleo de Saladino, vencedor de los Cruzados, fuimos en busca de las huellas pau¬
linas.
Peregrinos por el Oriente en el XIX Cente¬ nario de la Venida de S. Pablo a España, re-
ccrrimos los dos kilómetros de la Vía Recta,
—actualmente, la principal arteria de la ciu¬ dad—, por donde Saulo, ciego por la fulminan¬ te aparición, fue conducido a la casa de un tal Judas. Excavaciones reoientes han puesto de manifiesto la calle y la puerta de la ciudad, tal como existían en tiempos de San Pablo.
Recordamos el suceso en la casa de Ananias, transformada hoy en capilla subterránea (He¬ chos, 9, 1-23). Fue un choque violento, casi brutal, pero decisivo. El judío de Tarso, que venía de Jerusalén «con poderes de los prín-

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cipes de los sacerdotes» para aeabar con los secuaces del Nazareno, sufre, a las puertas de Damasco, un cambio radical. Era inútil «co¬
cear eontra el aguijón». Con un desgarramien¬ to de todo su ser, Saulo se rinde a la Verdad
que lo tiene de bruces, las cuatro herraduras al aire. —¿Quién eres tú. Señor?— Yo soy Je¬ sús, a quien tú persigues. El Pablo que se le¬ vanta es ese apasionado por Cristo que en su audaeia se llegó un día del año 63 a las eostas de España.
Salimos después por la puerta de Bab Kisán, para rodear el antiguo muro por donde el antes perseguidor de los cristianos se escapó de sus enemigos, los judíos, haciéndose bajar en un canasta. Aún se ve alguna que otra casa cons¬ truida sobre el muro, que ayuda a imaginar el ai did que salvó la vida a San Pablo. De allí
nos dirigimos al barrio residencial de Salahiyé, que escalona sus edificios de piedra blanca en el flanco del monte Qasyun, para gozar de una espléndida vista sobre Damaseo. Era al filo de un soleado mediodía. Estoy seguro que, de no¬ che, «la perla», el «ojo del Oriente» —como piropean los damascenos a su ciudad, siguien¬ do a Juliano el Apóstata— brilla y deslum¬
bra mueho más. Al menos así le sueede a Ate¬
nas —^la esmeralda—, o a Nazaret —la flor de Galilea—. Pero yo ¡ qué lastima no pensé en el balcón fascinante de Salahiyé, la noche que pasamos en Damasco. Erré por el dédalo de

zocos con varios del grupo, para terminar ren¬ dido bajo la pérgola de una típiea terraza, as¬ pirando, mal que bien, el aroma del tabaeo que se abrasaba en la eazoleta de mi narguité. Pronto me sentí reconfortado por el efecto de la noche. De vuelta al hotel, descubrí la ver¬ dadera belleza del Oriente. Estaba arriba, no abajo. La verdadera belleza del Oriente no está en el «ojo» de Damasco, sino en los mil ojos de las estrellas, tan cercanas, tan brillantes, que parece que te miran en la cara y te llevan
de la mano.
Hacia Jerusalén
—¡ Mañana, llegaremos a Jerusalén!— re
cordé en el autocar, mientras atravesábamos las desnudas tierras de basalto y las estepas sin fin de la parte oriental de Jordania, con dirección a Ammán. Y la prisa por llegar a la ciudad de mi corazón, me hace volar ahora sobre la capital del reino del joven Hussein, para descender a la fosa del Jordán y de allí, con el júbilo del salmista, emprender la subida a Jerusalén enearamada sobre los montes de
Judea. Jordania, además, es el Jordán, y lo único importante que puede atraer al viajero en esta ciudad, enfebrecida por la construcción en piedra blanca, estaba frente al hotel donde pasamos la noche: el anfiteatro de la Filadèl¬ fia de los romanos. Así es que, muy de ma¬ ñana, tomamos la nueva carretera de Jerusa-

El grupo de peregrinos mallorquines rodeando al Rdmo. P. Custodio de Tierra Santa, en visita oficial.

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lén, abierta en 1958, para purificar nuestros espíritus en las aguas del Jordán. Panorama desolador el que corre a nuestro lado. Se diría que es lunar el paisaje de ese caos de picos calcáreos, pero es de tierra abrasada de sol has ta su misma entraña. A cierto punto de la carretera, un letrero nos advierte en inglés y árabe que estamos al mismo nivel del mar y que seguidamente empieza la gran depresión geografía en donde hallan el Mar Muerto y
el Jordán.
—¡ Qué tierra más árida y pobre escogió Je¬ sús para habitar entre los hombres! —¡Qué lección para nosotros!— oigo exclamar detrás de mí. Así es; una visión, tan sorprendente co¬ mo inhumana, es la que se ofrece a nuestros ojos, una vez descendidos del autocar.
Estamos a orillas del Jordán, a más de 300 metros bajo el nivel del mar y a 10 km. del Mar Muerto, en el lugar que la tradición pone el Bautismo de Jesús. El calor es asfixiante.
¡ Cómo nos alivia, bajo los tamarindos, el ru¬ mor de las aguas milagrosas, destinadas por Jesús para significar nuestro nacimiento a la vida de la gracia bautismal! ¡ Verdaderamente el Jordán es el río de nuestra vida!
De aquí nos dirigimos, por entre tierras de aluvión, al mar donde vierte el río sus ama¬

rillentas aguas, después de correr por la más grande falla de la corteza tereste. Mar de Asfalto, de la Soledad, de Sodoma, etc., son otros tantos nombres que ha recibido el mar de aguas muertas, que se extienden sobre una superficie de 76 km. de largo y 17 de ancho. Sus alrededores siguen petrificados por la mal¬
dición divina. No obstante, aquí, en una gruta del lado noroeste, se descubrió, en la primavera de 1947, los famosos manuscritos de Qumran.
Y ya no me queda espacio para enumerar si¬ quiera los recuerdos bíblicos que evoca una
visita al oasis de Jericó o a la Fuente de Eliseo,
que sigue manando a los pies del Monte de la
Quarentena.
Empecé esta relación de impresiones (que pienso continuar en el número próximo de la revista) con la nostalgia del salmista que pien¬ sa en Jerusalén junto a los ríos de Babibonia, «colgadas las cítaras de los sauces de sus ori¬
llas». Cuando, desde un repecho del camino, divisé Jerusalén, con sus murallas, cúpulas y minaretes incandescentes al sol del mediodía,
no tuve más palabras en mi boca que la ale¬ gre salutación del salmista: «Alegróme de lo que me decían: Vamos a la casa de Yavé... Por amor de mis hermanos y compañeros, te
deseo la paz».

a
g^ermà
foc
(Inconscient de¬ vastador sacríleg d’amples pinedes a
Formentor I a Cala Murta).
A Ignasi Rotger
12

Bell germà foc, ¿per què us heu irritat tan rudement? ¿Quin crim nefand heu vist en els verds pins, d’excelsa rectitud? ¿Quina complicitat heu descobert en romanins, estepes i ciprells, en mates, aladerns i galzerans i en l’olorosa murta del Senyor?
¿Quina malura havíeu d’extingir amb un cauteri tan sever, total?
Els pins, d’enveges i avarícia exempts, no feien gairebé més que escoltar la dolça parla dels aucells amics i, d’estiu, les xigales torrant peix a la brasa flairosa de llurs troncs.
Tot jorn, a hora foscant, quan els dos corbs, conservadors del bell llenguatge antic —encara per dir sí, fan; Hoc, hoc, hoc!—, passaven pel cel plom, deien els pins, humits de llagrimeig, llurs devots salms.
Els pins, els dignes pins, sols quan la mar propera els convidava amb son blau crit a acompanyar-la en l’himne espès d’amor, li feien cor, sota el compàs del vent.
Els pins, els pins extàtics, en les nits —nits verges musicades pel mussol—, boca badada i amb bleix de fort perfum, sols s’agradaven de fitar els estels (mes sens llegir-hi, els pobres, llur mal fat!).
Bell germà foc, ¿no haureu incorregut en tristíssim error, sense remei?
P. Miquel Colom, T. 0. R.

efe
—^ e ha dicho y discutido mucho so¬ bre Arte Sagrado Moderno. No
añadiré aquí nada nuevo sobre el par¬ ticular. Me daría por satisfecho si con¬ siguiera aclarar algunas ideas sobre el arte sagrado actual y sus principales ca¬
racterísticas. Por satisfechísimo si consi¬ guiera algo más: que nos convenciéramos de que con una pequeña cultura artística no debemos ni podemos enjuiciar —como hacemos tan a menudo— con pretensio¬
nes dictatoriales, aspectos puramente es¬ téticos, en los que los más entendidos adoptan posturas de gran ñexibilidad y prudencia.
<■<-£1 arte critiana —añrma Terence
O’Connor—, si debe ser verdaderamente tradicional, debe ser moderna, pues todos los grandes estilos han sido, cada uno en su propio período, modernos».
Efectivamente. Cada época ha tratado de dar a la Iglesia un carácter de majes¬ tuosidad. de austeridad, de misticismo. El intento siempre ha sido el mismo, lo que ha sido distinto ha sido sólo el medio expresivo que se ha resuelto cada vez di¬ versamente, desde la edad paleocristiana al renacimiento, barroco y a nuestros
días.
Ahora bien, de la misiva manera que no rezamos en la lengua del 200, no se ve el motivo de construir iglesias con fór¬ mulas ya pasadas. Las ielesias de los si¬ glos pasados tienen un irmenso valor co¬ mo testimonios, pero reflejan un mundo lejano, de frente al cual una estática ad¬ miración no pide también la imitación, que sería una implícita confesión de im¬ potencia o de menor vitalidad de la fe.
Ocurre aue una iglesia tradicional, aun¬ que artísticamente valga muy poco, es acogida siempre por los fieles a causa de los valores de la historia de la piedad. Una iglesia moderna, sin embargo, —aue no tiene tal historia— entra más lenta¬ mente en la conciencia o alma de quien
la observa.
Torre de ia Iglesia «Regina Martyrum* (Berlin-Occi¬ dental), levantada cerco de la prisión de Plotzensee donde fueron ajusticiadas innumerables victimas del
nazismo.
13

La arquitectura sagrada —y me refie¬ ro principalmente a ella pues las otras
artes: pintura, escultura, etc., deben estar en función del edificio sagrado—, en sus¬
tancia, tiene una constante que se llama liturgia y una variable que se llama ex¬ presión artística. La modernidad debe na¬
cer del sentido vivo de la tradición, y la
tradición es aquello que habrían hecho los antiguos en nuestro puesto con su
ciencia y devoción. Quedamos, pues, en que el arte cristia¬
no siempre ha sido moderno, de su épo¬ ca. Por tanto, hoy, debe expresar los sen¬ timientos del propio tiempo. Así enten¬ dido, podemos decir que el arte cristiano es la expresión de la vida espiritual por
medio de formas materiales. Debe expre¬
sar el sentimiento y los movimientos de alma, sirviendo a la religión y a la vida del espíritu según las inspiraciones y nor¬ mas prácticas de la Iglesia, debiendo és¬ ta —la Iglesia— servirse del arte en el modo que crea más conveniente a las manifestaciones del espíritu que las in¬ forma y a las expresiones litúrgicas.
Ante esas manifestaciones nuevas del
arte deberíamos primero distinguir entre arte sobre tema religioso que no debe
ser objeto de culto, en el cual puede per¬ mitirse mayor libertad y personalismo al artista y arte propiamente religioso, al servicio de la liturgia y del templo, en el que sobre todo debe mirarse su utili¬ dad a la comunidad y no puede permitir¬ se sea excesivamente subjetivo.
Hecha esta distinción, os aconsejaría todavía que siguieseis la prudente con¬ ducta de la Iglesia y no os anticipaseis a condenar lo que ella no ha condenado. La Iglesia nunca se ha cerrado a lo que

pudiera ser verdadero arte, y ha dejado tiempo y libertad a los artistas, mante¬ niéndose a la expectativa ante las nue¬ vas tendencias y admitiendo todo lo que pudiera servir para el culto divino y de ayuda a la colectividad, prohibiendo los excesos naturales de todo movimiento
nuevo que, por demasiado subjetivo, per¬ sonalista o simplemente indigno, es im¬ propio de la casa de Dios y del lugar de
reunión de la asamblea cristiana.
Entre los muchos testimonios que con¬ firman esa abertura de la Iglesia hacia lo moderno, basten el de Pío XII en la Me¬
diator Dei: «Es absolutamente necesario
dar libre campo también al arte moder¬ no, si sirve con la debida reverencia y el debido honor a los edificios sacros y a los sagrados ritos», y el de Pío X en «Tra le Sollecitudine»: «Las imágenes y formas modernas, efecto de la adaptación a los materiales de su confección, no deben
despreciarse ni prohibirse en general por meros prejuicios, sino que es del todo ne¬ cesario que, adoptando un equilibrado término medio entre un servil realismo y
un exagerado simbolismo, con la mira puesta más en el provecho de la comuni¬ dad cristiana que en el gusto y criterios personales ‘ de los artistas, tenga libre campo el arte moderno...»
Para lograr ese término medio es im¬ portantísimo que el artista viva su fe y sea auténtico cristiano. «Para pintar las cosas de Cristo —decía Fr. Angélico—, es necesario vivir con Cristo». La pobre¬ za del arte religioso desde hace más de un siglo, ¿no indicará una crisis peligro¬
sa de la misma religiosidad^ en nuestra
sociedad tecnificada y materialista? Para algunos escritores —^historiadores
o críticos— el arte religioso de Occiden¬ te se extinguió en el siglo XVII. Hoy di¬ ríamos, más bien, que el arte religioso entró en crisis cuando nuestra civiliza¬
ción entró en crisis, que fue precisamen¬ te entonces. Fue el realismo y la revolu¬ ción industrial lo que pareció extinguir los fuegos de una expresión artística cris¬ tiana. «No hay arte cristiana —escribía Proudhon— porque no hay ya sociedad
cristiana». Y en cierto modo tenía razón.
Pero que la sociedad cristiana pareciera pronta a disolverse bajo el impacto de la revolución industrial, no significa que el cristianismo haya muerto. Las iglesias o el arte cristiano pueden atravesar siglos de catacumba, pero eso es sólo una prue¬ ba y nada más.
¿Atraviesa la Iglesia actualmente una época de catacumba en el campo del ar¬
te?. Es asunto demasiado grave para ser

«Anunciación», obra de Martino Demetz.

tratado en tan breve espacio. Actualmen¬ te creo se ha superado la crisis pasada y
los excesos de todo movimiento innova¬
dor, no habiéndose conseguido, sin em¬ margo, la completa serenidad.
Ante el hecho de la dificultad de encon¬
trar obras de estética válida para hoy, se abren dos caminos, ambos con adeptos. Podríamos llamarlos «tradicionalista» y «avanzado». Para los primeros no hay ar¬ te religioso, sino el tradicional y admiti¬ do; es una actitud grave de pasadismo, en cuanto comporta la pesimística con¬ clusión de que todo está dicho y de que, negando la posibilidad artística a los cris¬ tianos de hoy, parece resignarse a la este¬ rilidad definitiva. Para los otros, la fe¬ cundidad del cristianismo se afirma al ad¬
mitir para el arte de la Iglesia la capa¬ cidad de adaptación a la situación artísti¬ ca de cada momento. Weisbach, protes¬ tante él, pero historiador del arte católi¬ co, afirma acertadamente que «sentimien¬ to y arte cristiano no son conceptos fija¬ dos de una vez para siempre». Maritain venía a decir algo semejante cuando afir¬ maba: «No hay arte específicamente cris¬ tiano; no hay un estilo cristiano».
Si Examinamos las constantes de los
tempjbs de hoy, veremos que su principal cara(|;erística es la funcionalidad. La igle¬
sia i^óderna es funcional cuando es litúr¬ gica, ^n su construcción deben tenerse
en cuenta los diversos fines para los que va a ser usada y resolver en la forma más
conveniente.
Hoy ningún arquitecto afronta el tema sacro sin saber y querer que todo —alu¬ ces, líneas y volúmenes—, converja en el tabernáculo y que todos los edificios converjan al Edificio por excelencia. Y esto, porque los arquitectos son conscien¬ tes de que la Iglesia debe volver a ser el fulcro de la vida social, y el altar, la an¬ tena, el radar del espíritu humano.
El estilo actual, es un estilo cuyo nom¬ bre está aún por inventar; las modernas iglesias de Francia, Alemania, Bélgica..., hacen brotar en los paisajes torres de formas geométricas puras; contempladas a vista de pájaro, son rectángulos, cua¬ drados, círculos, trapecios como incrusta¬ dos en el suelo, sin ningún lujo ornamen¬ tal: solamente la fachada, en cuanto los medios lo permiten, está decorada con una obra de arte, escultura, mosaico...
El interior de las iglesias se orienta
hacia el altar, visible de todas partes. Pocas esculturas o pinturas. Nunca faltan vidrieras, de las que tal vez se ha abusa¬ do. El coro es generalmente muy lumino¬ so. El altar tiene por fondo un gran mu¬ ro, cuya blancura queda inmaculada co¬ mo un fondo de gloria; se ha pasado de

'1
i
Interior de la Iglesia del Teologado de Padres Domini¬ cos (Carretera de Alcobendas, Madrid).
la excesiva decoración y exuberancia de los retablos a la frialdad de la desnudez
total del altar.
Dejando aparte sus defectos, la arqui¬ tectura de este siglo ha aportado innega¬ bles mejoras. Mencionemos en primer lu¬ gar el espíritu de simplicidad y de uni¬ dad, y en segundo la limpieza actual en cuanto a santos, adornos y molduras las
más de las veces sin vida ni calidad y
gusto artístico, entre las cuales había¬ mos de buscar la Cruz y aún a veces el Sagrario del Santísimo que no ocupaban, como ha de ser, el lugar preeminente.
Dejemos para las autoridades compe¬ tentes la crítica negativa. Unámonos nos¬ otros a la postura de la Santa Sede que, cuando hubo de intervenir, lo hizo en un sentido de conciliación «sin cerrar nin¬ guna puerta». La Iglesia no puede afe¬ rrarse a una resolución para siempre en materias que dependen de la sensibili¬ dad del hombre de cada época. Se trata de no negar nada que tenga dignidad...
Fr. E. H.

15

cnei§tioiieüí Inlianasí

ENFERMEDADES DE LA PIEL
No entra en nuestro plan efectuar un estu¬ dio médico. No sabríamos. Digamos, por lo tan¬ to, ya desde un principio que el título no res ptmde a ninguna realidad cientifica. Nos refe¬ rimos a enfermedades y a molestias que pre¬ sentan alguna manifestación más o menos vi¬ sible en la piel o en la parte exterior del cuer¬ po humano. Y lo que pretendemos es ofrecer un trabajo lexicográfico luliano, tal vez no ex¬ haustivo, sobre dichas enfermedades.
En primavera y en verano, y en todo tiem¬ po, pueden aparecer, sohre todo en los niños y en los jóvenes, granos purulentos que, para Llull, son buanyes o buhes: «Y por eso son los niños roñosos y con buanyes» (Blanquerna, pág. 13). «Por glotonía. Señor, se engendra postema,bubes» (L. d Intenció, pág. 368). Y nos encontramos también con el adjetivo bubelós: «Conservar el cabello en cap bubelós es acos¬ tumbrar los humores a subir arriba» (Doctrina Pueril, pág. 177).
Otra parecida manifestación de impureza de la. sangre es el divieso o furúnculo, floroncos o floronques (palabra evidentemente influida por flor): «Mal oliente y ensuciado por hedores y por manchas y por floroncos» (Contemplació III, pág. 167) «Por glotonía. Señor, se engen¬ dra postema..., floronque y otras muchas sazo¬ nes» (L. d Intenció, pág. 368).
La enfermedad de la lepra es conocida desde
hace milenios. Es la enfermedad por antono¬
masia. Por eso en castellano antiguo se la lia ma con el nombre, entre otros, de malatía, pa¬ labra tomada del catalán malaltia o del italiano

malattia zm enfermedad. En catalán un lepro¬ so era un mesell, del latin misellu zzz pobrecito, como si dijéramos el pobrecito por excelen¬ cia. Ya hemos dicho que en castellano la le¬ pra tiene diferentes nombres. En Llull encon¬ tramos los siguientes:
«Como sucede cuando el hombre imagina con todo su poder leprosia» (Arbre de Scienda III, pág. 192). «Así como la triaca (triada) que se hace de la sierpe contra veneno, contra lepro¬
sia y contra mal caduco (mal de caer) y forti¬ fica el calor natural» (Ib. pág. 481). «A un lebrós fue mostrada aquella hierba, de la cual comió y fue curado de su lebrosia por la virtud de aquella hierba» (Arbre de Scienda II, pág. 347). «Tan sucia por mentir como camisa de lebrós por lebrosia» (Arbre de Scienda III, pág. 160). «Una hierba había en un prado, la
cual tenía virtud de curar a los hombres le-
brosos de su enfermedad» (Arbre de Scienda II, pág. 347).
Otros nombres son, como hemos escrito an¬
tes, los procedentes del latín misellu pobrecilio: «Si es gran insensatez y gran locura que quien es mesell o tiñoso se enorgullezca de su mesellia o de su tiña, muebo mayor locura es...» (L. de Sancta Maria, pág. 132). «Un día sucedió que el re}^ y la reina iban a una
ciudad de la cual salían un mesell y una me-
sella que pidieron limosna al rey y a la reina» (Ib.). «Era un hombre que alababa y bendecía a Dios cuando veía los mesells y las bestias y los hombres pecadores, porque Dios no lo ha¬ bía hecho mesell ni bestia, y lo había hecho hombre» (Blanquerna, pág. 318). (Continua¬ rá ).
P. Miguel Colom, T. O. R.

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16

De la poesia obscura a
la nova poesia realista
(Continuació)
Estic al-ludint a un fet conegut de tots: a la poesia social —vet aquí la greu o la mágica paraula—. No es tracta tampoc de cap novetat. Horaei, Dant, Petrarca, Leopardi, Ausiàs March o Verdaguer escriviren també poesies socials, poesies necessàries en um moment donat de la civilització. Ja sé que la denominació és equívo¬ ca i no pot ésser del gust de tots. Jo, personal¬ ment, no la puc admetre més que per a enten¬ dre’ ns, perquè considero que «poesia» és un mot massa sagrat i massa clar —com el de de¬ mocràcia o d’humanisme— perquè hagi d’anar acompanyat d’un qualsevol qualificatiu, com d una etiqueta. ¿No hi ha moltes etiquetes sos¬ pitoses? D’on la voluntat d’alguns a anomenar¬ ia poesia realista o poesia populista o poesia ètica. Però tota qüestió de noms será sempre una forma de bizantinisme; no val la pena que ens hi capfiquem. L’única cosa que perdura, en la poesia, és la seva qualitat.
El que ens afecta és veure com l’existència angoixosa, l’oposició al dolor i l’aspresa del seu pensament polític han acostat l’home a l’home, el poeta, vull dir, a l’home que l’escolta. I el poeta, trencats els fils harmoniosos que l’unien a qualsevol Arcàdia, ha encetat un llenguatge potser insòlit en la història de la poesia; un llenguatge de vegades eloqüent, però sempre en to baix, directe, familiar. Deixeu-m’ho dir: ha obert un diàleg absolutament prosaic. Ja anys enrera alguns crítics, com tots recordareu, van retreure a Miquel Costa, el nostre poeta «tan sobri, tan nítid, tan vertebrat», certs prosaismes, tais com «Per clubs i diaris obliden sos néts», o «Ara els navilis ja no es fan de fusta», o «Malgrat l’esforç inútil d’algun savi». Tot això no era res al costat de les solucions de Jo¬
sep Maria de Sagarra, autor de dotzenes de ver¬ sos deliberadament banals, com «Panamà és fet de perles i de puces», o «Quan t’esmicola el moll de la freixura», o «Escolta, dona, ¿quina puça et cou?»
Però, tant Costa com Sagarra van creure sempre, eontra la teoria de la paraula viva de Maragall, en la perfecció formal i en el paeient treball de la llima; contra el pretès estat de gràcia i d’inspiració, defensaven, almenys en la práctica, els preceptes d’Horaci, de Goethe i dels mateix Valéry. Aquella mena de versos, per molt que es poguessin multiplicar, contras¬ tarien sempre amb moments delicadíssims de puresa de dicció, de mesura i d’harmonia inter¬ na, Per això ens fan somriure i ens fan dir
disbarats els qui abominen aquells versos —in-

CABO SAN ROOUE
CABO SAN VICENTE
Totaimmwtv efímattxado»

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15 setiembre y 8 octubre. 16 setiembre y 10 y 26 oc¬
tubre.

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3 y 18 setiembre; 13 y 29
octubre.

REGRESO DESDE SUD-AMÉRICA

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viembre.

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17

clús amb els auíors— í posen avui, en canvi,
els ulls en blanc extàticament davant desco¬
bertes del tipus «Feia, abans, de porter a la Sala Reus», o «Perquè hem de viure, noia, què daixonses», o «Un altre que pateix inanició tam¬ bé estima Mister O’Connell». Vet aqui uns
fruits normals de la més recent escola realista.
Són tres versos de Gabriel Ferrater, de Joan Oliver i de Miquel Bauçà, tres bons amics í ties autèntics poetes. No voldria que veiéssiu en les meves paraules cap critica ni cap para¬ doxa. Els versos prosaics eren, en altre temps, extraordinaris en un poeta; avui són els més corrents, perquè «un món enfonsat és el pa de cada dia», com ha escrit el mateix Miquel Bauçà.
Es un llenguatge, el de la nova poesia, escrit per a tothom; no hi ha, dins ella, tenehra ni laherint, com dins la poesia hel-lenistica, neotèrica, pura o hermètica. Amh la seva nova ac¬ titud realista, el poeta —explica Josep M. Cas¬
tellet— «deixa de considerar-se un home il·lu¬
minat, un geni solitari, un creador inspirat per una musa irracional, per esdevenir un home com els altres, un treballador intel·lectual que s'uneix als altres homes en el camp de la cul¬ tura». Pretén, en suma, arribar a tots, perquè potser, segons Quasimodo,
siamo sporchi di guerra e Orfeó brulica (Tinsetti, è bucato dai pidocchi,
e tu sei morta.
¿Ha minvat, però, amb aquesta temptativa, no¬ ble i neta, el divorci abans existent entre la poesia i el poble? Permeteu-me que ho dubti. Jo no sé si cap revolució social farà que el poe¬ ta i el poble es trobin en un terreny comú de comprensió. Del que no puc dubtar, en canvi, és de la sinceritat d’aquesta nova poesia; ni de la seva eficàcia. Cal que ens desacostumen per sempre d’un moviment únic de la lírica.
Si, la seva expressió és prosaica, vulgar, es¬ queixada, sovint desagradable. Vol parlar del
món i de les coses del món amb una nova
tècnica, amb un llenguatge concret, que reflec¬
teix la realitat i arracona totes les bambolines
de la retòrica. Va creant, naturalment, al seu torn, d’altres retòriques, però treurà, sens dub¬ te, la servitud a la nostra poesia, que ja entra a poc a poc, i amb quins esforços, dins els do¬ minis literaris de l’home europeu. No implica, és clar, cap renúncia de dignitat; deixa només rOlimp difícil i s’acosta a tots per comuni¬ car-nos potser una nova bellesa: la bellesa de l’ètica. També aquests «neóteroi» mereixen, al meu entendre, el nostre respecte. Gira, com la roda de la Fortuna, la història de la poesia: qui no la vol seguir o no la pot dirigir acaba enganxant-se de mala manera tn les seves brén-
doles.
Miguel Dolç
Universitat de València, abril 1963.
18

C^agtna del ^^Ccrctario
Asamblea de PPm Comisarios Nacionales y Provinciales de la T. O. F.

Madrid, y durante los días 18 y
19 de junio del año en curso, tuvo lugar una importante reunión de los PP. Comi¬ sarios Nacionales y Provinciales de la T. O. F., representantes de la cuatro Fa¬
milias Franciscanas.
Las sesiones se celebraron en la Resi¬ dencia Universitaria «Beato Ramón Llull» de nuestra Seráñca Provincia.
Los asambleístas fueron: los cuatro Co¬
misarios Nacionales y 12 Comisarios Pro¬
vinciales. Asistieron a varias sesiones el P. Director de la Hermandad de San An¬
tonio (Cuatro Caminos, Madrid), Capu¬ chino, y el de la de San Luiy Rey (Puen¬ te de Vallecas, Madrid), Terciario Regu¬
lar.
De las actas que hemos leído seguimos recogiendo los siguientes datos:
El Rdo. P.. Antonio Barceló Mora, T. O. R., Presidente del Discretorio Nacio¬ nal Interobediencial, después de implorar las luces del Altísimo, dirigió un afectuo¬ so saludo de bienvenida a todos los asambleistas y de todos recabó la debida cola¬

boración para asegurar el éxito de esta Asamblea, la primera que se celebra en España con la asistencia de los Comisa¬
rios de las Cuatro Obediencias.
Según ñguraba en el «orden del día», se pasó seguidamente a la elección del Secretario de la Asamblea, quedando nombrado por unanimidad el Rdo. P. Jai¬ me Tugores, T. O. R., Comisario de la T.
O. F. en Baleares.
A continuación, cada Padre Comisario leyó la memoria conjunta de las Herman¬ dades que tiene asignadas, dando a cono¬ cer el número de Hermandades y Tercia¬ rios del respectivo Comisariado y las obras apostólico-benéñco-sociales que llevan a
término.
De los datos aportados resulta:
1.9 Se observa un resurgimiento en muchísimas Hermandades.
2.9 Se tiene el testimonio explícito de párrocos, consiliarios y otras autoridades eclesiásticas asegurando que los mejores miembros de las organizaciones de apos-

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co-sociales en muchas Hermandades. Tie¬
nen en su haber muy bellas realidades en lo que se refiere a la vivencia del mensa¬ je evangélico. Aqui, tan sólo unos ejem¬ plos:
a) Comedores y Guarderías Infantiles. Escuelas Nocturnas para adultos. Todo
4.^gratis. b) «La Hermandad del Trabajo» (Ca¬ puchinos, Zaragoza), con 1.250 socios. Es¬ tos gozan de los servicios gratuitos de 8 abogados, 36 médicos, 11 practicantes y 3
comadronas.
c) El «Hospital de la Orden Tercera», en Madrid (San Francisco el Grande).
d) Sólo en la ciudad de Vic, 200 vi¬ viendas para obreros.
e) Ayuda muy notoria a las misiones, especialmente a las que están confiadas
a la Orden Franciscana. La Provincia Ca¬
puchina de Navarra-Cantabria-Aragón tie¬ ne en marcha la «Acción Misionera Fran¬
ciscana», vinculada jurídicamente a la T. O. F. Se preparan Terciarias Seglares para actuar en el extranjero bajo la di¬
rección de los PP. Misioneros.
f) Becas para Seminarios Seráficos. Los Terciarios del Comisariado Capuchi¬ no de Andalucía entregan un promedio de 40.000 ptas. anuales a seminaristas se¬
ráficos.
g) Grupos de Selección en perfecto
funcionamiento.
h) Tandas de ejercicios espirituales, con manutención gratuita, para pobres.
i) Cursos de formación prematrimo¬ nial y matrimonial; círculos de matrimo¬
nios.
j) Muchas catequesis en suburbios de
ciudades.
No obstante los ejemplos prece¬ dentes, dignos de todo encomio, unánimamente se lamentó la situación de ciertas
Hermandades que permanecen sin vivir la responsabilidad que exige la T. O. F.

Para ayudar a dichas Hermandades se en¬ careció la necesidad de que los PP. Co¬ misarios cumplan con la mayor fidelidad la obligación de la Visita Canónica (a ser posible, anual, según el artículo 116 de las Constituciones), y la periódica reno¬
vación de los discretorios.
Merece destacar, creemos, el informe que emitieron, al ser requeridos, los PP. Capuchinos, Rdo. P. Gabriel de Lezáun, Comisario Nacional, y Rdo. P. Agustín de Barcelona, Comisario Provincial de Cata¬ luña y Baleares, sobre los Cursillos de Formación para los Terciarios y sobre el Cursillo de Formación Franciscana, res¬ pectivamente. Asimismo merecieron en gran manera los elogios de todos los
asambleístas las «Jornadas de Herman¬
dad», otro tipo de cursillo de tres días de duración. Es autor de las mismas y las ha predicado con gran éxito ya en mu¬ chas Hermandades el Rdo. P. José Agus¬
tín Elustondo, O. F. M. A propuesta del P. Presidente, tras oir
el parecer unánime de que se precisa
una unificación de los distintos cursillos
franciscanos existentes, se constituye una comisión encargada de dicha unificación. Esta comisión, además de preparar los es¬ quemas generales, dará un nombre apro¬ piado a los citados cursillos. Por unanimi¬ dad queda constituida así:
Presidente: R. P. José Agustín Eluston¬ do, O. F. M. Vocales: RR.PP. Bernardino Rotllam, O. F. M., Gabriel de Lezáun y Agustín de Barcelona, O. F. M. Cap.
(Continuará en el próximo número)
Tesoro espiritual del Terciario
Absolución general: Días 8 y 17 de sep
tiembre.
Indulgencia pler.aria: Días 4, 8, 15, 17, 18, 24, 27 y 29 de septiembre.
Recuerden nuestros Terciarios que
siempre que asistan a los cultos mensua¬ les, supuesta la Confesión y la Comunión, ganan indulgencia plenaria, rezando a in¬ tención del Romano Pontífice.

(2oòaò

paóan...

No. No es ningún músico. Ni notario alguno. Es un hombre cualquiera. Pacífico y respetable. No se mete en líos. Ni sabe criticar. Sólo que se fija en algunos detallitos. No entiende mucho de ciertas
cosas, pero se aferra a sus ideas.
Bajito. Regordete. Ojos bonachones. Aparentemente ingenuos. Sí, conservador. Vulgarote, como ustedes quieran. Es sencillo como su mismo nombre. Y más sentimental que su mujer. Pero sensato y lógico como uno cualquiera de la calle. Eso sí, tiene el defecto de ser honra¬ do y de irritarse contra las injusticias. En fin, un tipo raro para unos. Divertido para otros. O antipático para otros pocos. Como todos.
Aquí tienen ustedes una de tantas hojas del blok, donde nues¬ tro hombre vulgar apunta lo que piensa o se dice por cualquier parte: ideas, razonamientos o sentimientos. Vaya usted a saber. ¡Ah! Se lla¬ ma Cándido de nombre y de apellido Simplón.

He leído en el periódico —en la ofici¬ na, claro está—, eso de que Rusia nos quiere devolver el oro que nos robó, en petróleo. No está mal el cambio. Así no se lo tendremos que comprar, durante cinco años, por un intermediario, como otras cosas. Pero mi mujer, que es tan chisme, dice que por qué no le exigimos con el resguardo el mismo oro que se llevó. —Porque nos echarían en cara mu¬ chas cosas, mujer. ¡Qué ignorante!
Cosas que no comprendo: Un anuncio: «Se venden huevos. Fa¬ bricación propia». Una pregunta: ¿Por qué se nos mar¬ cha tanto personal al extranjero? Una tontería: Las elecciones sindica¬ les.
Otra cosa: Que no haya billetes de barco, y vengan camarotes vacíos.
Tres cosas más:
—Que un frigorífico o un televisor es¬ tén al alcance de cualquiera. Y que se puedan pagar a plazos sin sentir.
—Que haya quien viva con 1.500 al
mes.
—Que yo sea tan cándido para no com¬ prender todo esto.

El señor Gómez, que entiende más que yo de estas cosas, me lo ha dicho al
salir de la oficina:
—^¿Sabes? Dicen que en España hay mucha gente que no hace nada. ¿Te ima¬ ginas cuántos funcionarios públicos so¬ bran?
—^No los he contado, pero...
—Agárrate. ¡Unos cien mil...!
—Me alegro de saberlo, porque al me¬ nos por esta vez no mienten las estadístBcas. Pero yo hago cuentas. Dos mil pesetas mensuales, que son más, a cada
uno de estos individuos son 200 millones
de cucas que cada mes se van por los ce¬ rros de Ubeda. Y que conste que yo no vivo por allí.
El señor Gómez dice que eso soluciona el paro obrero. Pero lo que yo veo es que se está pagando a los parados...
Yo creo, la verdad, que con esos no sé cuántos milloncetes podían crear cada mes nuevos puestos de trabajo. O si no, que compren tractores y máquinas. Di¬
go yo.
Cándido Simplón

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Bodas absurdas
Un reportero de Nueva York ha hecho la siguiente lista de los seis matrimonios más extraños del año.
1.9 El celebrado en una jaula de leo¬
nes.
2.9 Dentro de un bloque de hielo. 3.9 Sobre una chimenea de una fá¬
brica.
4.9 Sobre un alambre tenso, de circo. 5.9 En el fondo de una piscina con es¬
cafandras de buzo.
6.9 En avión a mil metros de altura, iniciando los novios su viaje de bodas saltando en paracaidas.
Absurdos caprichos, producto de men¬ tes desequilibradas, ansiosas de publicidad.
Hechos sintomáticos
Más de cuatro millones de campesinos han ido del campo a la ciudad en estos
últimos diez años.
En 1950 se calculaban 1.205 millones de analfabetos en el mundo.
En 70 años una mujer ha gastado en maquillarse y embellecerse, de ordinario, tres años. Pero si es francesa, cinco. Si americana, 2. Si española, 1. Si alemana,
6 meses.
En Estados Unidos, país de 185 millo¬ nes de habitantes, hay 10 millones de divorciados, porcentaje más alto del mundo, cuatro veces superior al de In¬ glaterra y Francia.

En España a cada tractor corresponde; 750 hectáreas, a Italia 154, a Francia 100,
a Estados Unidos 45.
Unos 18.000 protestantes se calcula que habrá en España.
En España hay 2.389 clubs de fútbol con 31.951 aficionados, 18.324 juveniles y 3.086 profesionales, que son los que vi¬ ven, inscritos.
Cifras elocuentes
El total de la población mundial as¬
ciende a más de 2.900 millones de almas
La población mundial aumenta al rit¬ mo de 45 millones al año, es decir, 5.000 personas por hora y 84 por minuto.
Más del medio millón de muchachas
españolas trabajan en servicio doméstico, o sea 4 por 100 de la población feme¬
nina.
De los 400.000 sacerdotes que hay en el mundo solamente 33.000 van a las mi¬
siones.
Del millón doscientas mil religiosas
que integran el ejército femenino de la Iglesia, solamente 200.000 consagran sus
vidas a las tierras de misión.
El país donde más solteros hay es Irlanda y donde menos Estados Unidos.
La ciudad española donde más solteras hay es San Sebastián.
En Estados Unidos de cada tres matri¬ monios uno se deshace y no por causa de la muerte de uno de los cónyuges.

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preguntas y, respuestas

Sobre el Código de Circulación
Ultimamente se viene hablando de «pe¬
cados de la carretera», refiriéndose a las infracciones del Código de Circulación. ¿Obligan en conciencia las leyes dél tráfi¬ co? ¿En qué casos se puede pecar grave¬ mente? Creo que estas preguntas serán de interés general.
Vd. apunta un tema de rigurosa actua¬ lidad. Van apareciendo artículos referen¬ tes a esta cuestión en periódicos, revistas de divulgación y hasta en pastorales de obispos. Las causas que obligan a insistir
sobre este tema son las alarmantes esta¬
dísticas de accidentes registrados.
Una vez supuesto este hecho desgracia¬ do y partiendo del principio que nos pro¬ porciona la ética natural y la moral cris¬ tiana, es decir, que la vida es un don de Dios y nadie puede atentar contra ella directamente ni indirectamente exponién¬ dola al peligro sin causa justificada, y que, por otra parte, como revelan las mismas estadísticas, la mayoría de des¬ gracias ocurren por ignorancia, negligen¬ cia o imprudencia de los conductores, aparece claro la obligación de conciencia de los señores responsables .
Ultimamente ha llamado la atención
un cartel mural que aparece en las puer¬ tas de muchos templos, en el que puede verse una fotografía representando un adelantamiento en curva cerrada, mien¬ tras asoma otro vehículo en dirección contraria. El pie dice: «esto es pecado».
Por lo tanto, a su primera pregunta contesto que la violación consciente de las leyes del tráfico es culpa teológica.
Los casos más frecuentes en que se da esta culpabilidad son aquellos en los cua¬ les las causas de la desgracia son la ig¬ norancia y la imprudencia.

Quien conduce conociendo su ignoran¬ cia, falta como cualquier otro profesional que ejerce un cargo de responsabilidad incompetentemente. El conocimiento de
estas normas está al alcance de todos y
no cabe inculpabilidad en su desconoci¬
miento.
Supuesta la ciencia que más o menos tendrán todos aquellos sobre quienes pe¬ sa la grave obligación de velar por su vi¬ da y la de los demás, pueden pecar de imprudencia en todos aquellos casos que la Ley sanciona gravemente por razón del peligro general. Por vía de ejemplo
cito: excesiva velocidad en los cruces, adelantar en curva sin visibilidad, pasar
a la izquierda en curva cerrada, adelantar a otro vehículo que adelanta, conducir en estado de inconsciencia, embriaguez, somnolencia, etc., etc.
Cualquier persona formada podrá sa¬ car sus conclusiones respecto a la con¬ ducta que debe seguirse en este impor¬ tante deber religioso y ciudadano.
Respetar la vida propia y ajena es una obligación divina.
Fray Marcelino

NUESTROS DIFUNTOS
ALAYOR.—D(a 27 de enero de 1963 falleció D. Antonio Gornés Riudavets, a la edad
de 82 años. Nuestro pésame a sus hijos, especialmentea Sor Margarita de Santa Teresa, Religiosa
Franciscana.
INCA.—Dfa 22 de junio falleció la terciaria D.° Magdalena Planas Sastre. Día 2 de julio, D.° Catalina Martorell Llabrés. Día 11 de julio, D. Jaime Cortés Valls.
PORRERAS.—Día 18 de julio, confortada con los auxilios espirituales, se durmió en el Señor D.° Margarita Noguera, madrs del Rdo. P. José Roig T. O. R., Párroco de San Francisco (Puente Vallecas, Madrid). Nuestro más sentido pésame.
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Pasatiempo»
Dos amigos charlan de su veraneo. -Y vosotros ¿a dónde vais?.
— AI campo.
— ¿Y no os aburris?. — Nada de eso. Yo pinto, mi mujer coci¬ na, y luego nos entretenemos en averiguar cada uno lo que ha querido hacer el otro.

Niño listo

El padre de familia lee en voz alta el pe¬
riódico:
— "Se busca a un individuo calvo, peque¬ ño y gordo, con un monóculo .."
Y uno de los niños interrumpe:
— ¿Por qué no buscarlo con unas gafas?
Sería más fácil.

Bueno, veo que no deja usted gran cosa en manos
de ía Divina Providencia.
Experiencia

Demasiado leal
Una actriz le dice a una compañera: -No he tenido más remedio que despe¬
dir a mi chófer.
— Me sorprende; te había oído decir que era un hombre muy leal.
— Demasiado. Andaba diciendo a todo el
mundo que llevaba veinte años a mi servicio.

El recién casado le cuenta a un amigo que lleva ya casado varios años.
— Las mujeres son muy caprichosas. Ayer, al volver yo a casa, me encontré con que mi mujer quería que fuésemos al cine.
Tuve que explicarle que estaba muy can¬ sado del trabajo y necesitaba reposo y...
-¿Y qué? ¿Te gustó la película?.

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