El Heraldo de Cristo 1930, n. 255
Año XXII —ÀQ03T0 DE 1930 —Núm. 2^'

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EL HERALDO DE CRISTO

Revista mensual ilustrada dedicada al fomento y propagación de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís, dirigida por los Padres Franciscanos Terciarios Regulares
CON LAS DEBIDAS LICENCIAS

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RAMÓN LULL, 5
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Año XXII

1

Palma de Mallorca, Agosto de 1930

Núm. 255

Homilía pronunciada por Su Santidad Pió XI
en la solemne
canonización de Santa Catalina Tilomas

«Venerables Hermanos, Hijos amados:
LEGRAOS con Nós de ver a la Iglesia decorada con nueva corona de
gloria, y a dos vírgenes, modelos de eximia santidad, propuestas a la
veneración e imitación de los fieles cristianos. Bien sabéis que lo que acabamos de hacer, lo hemos hecho Nós por grandes y proba¬ dísimas razones. Consta que Catalina Thomás, siendo todavía infante y muy pe¬ queña niña, fué enriquecida del Cielo con singulares dones, y que, librada por modo admirable de las asechanzas y peligros que armaba a aquella inocentísima niña el poder de las tinieblas, hizo grandes progresos en el ejercicio de las virtu¬ des, y aun mucho mayores los alcanzó desde el momento en que, cumplido san¬ tamente el noviciado, hizo la profesión de la vida retirada del claustro. Prescin¬ dimos de reseñar ahora detenidamente esas cosas: baste decir que las religiosas que vivieron con esta virgen, viéronla llevar una vida más celestial que terrena, por los frecuentados éxtasis en que su alma era arrebatada hacia Dios. Una cosa, sí, queremos hacer notar: que, aunque vivía en la estrechísima clausura del mo¬
nasterio, la eterna salvación de las almas constituía, en toda ocasión que se pre¬ sentase, su principal solicitud. Se cuenta que, si alguna vez, por mandato de la Superiora, estaba en el locutorio, no tenía otra mira que la de apartar del peca¬ do, con fuertes y eficaces exhortaciones, a todas cuantas personas de uno y otro sexo acudían a saludarla: y que muchas veces, con oración y penitencia, alcanzó respecto de personas ausentes y desconocidas, que ella sabía por revelación ha¬ llarse en pecado o en peligro de caer, que aquéllas saliesen de la culpa y que
éstas se mantuviesen firmes en la virtud. Y ciertamente con este mismo celo de
la salvación de las almas estuvo inflamada aquella Lucía Filippini, cuya glorifica¬ ción hemos asociado a la glorificación de Catalina Thomás. Plácenos recordar

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El Heraldo de Cristo

una cosa del todo singular. Lucia acostumbraba, como una misionera, con el Cru¬ cifijo en la mano, recorrer calles y encrucijadas, para conducir a las jóvenes y demás mujeres al ejercicio de la piedad y al conocimiento de la doctrina cristia¬ na; y no sólo esto, sino que hasta daba frecuentemente ejercicios espirituales a las mujeres, en las ciudades y villas en que paraba, o por razón de su oficio, o por haber sido llamada a tal propósito, y a tales ejercicios acudían muchas, aun de las de vida más ligera, las cuales, por su inflamada palabra eran de tal manera movidas a compunción y a llorar sus pecados, que a veces le rogaban que no continuase hablando, si no quería que muriesen por la gran fuerza de su dolor. Y ¿no fué, por ventura, ese espíritu de apostolado el que impulsó a Lucía a dedi¬ carse a la enseñanza, a la erección de escuelas, y a formar y multiplicar piadosas maestras? Pero si buscamos donde fué que entrambas vírgenes encontraron el ardor, las fuerzas y las gracias para llegar a la cumbre de esta perfecta santidad con beneficio del prójimo, bien podemos afirmar que no de otra parte las toma¬ ron sino de la frecuente Comunión y de su devoción al Augusto Sacramento; por el cual tan ardientemente suspiraban, que se narra que, por lo menos una vez, sin ministerio del sacerdote, de una manera prodigiosa recibieron el divino Man¬ jar. Aquí, pues, aquí, a Cristo Jesús encerrado en el Tabernáculo, acudan los fie¬ les, acérquense con frecuencia y hasta cotidianamente a esta divina Mesa, si quieren imitar a estas santas heroínas en la consecución de la perfección cristiana y en promover la salvación de los prójimos. Y habiendo la consagración de estas vírgenes acaecido oportuníslmamente en estos días de la Octava de la fiesta del Corpus Christi, ¿no es verdad que la misma concurrencia del hecho y del tiempo nos aconseja e invita a que busquemos los estímulos para todas las virtudes en esta sola fuente de santidad? Plegue a Dios, Venerables Hermanos y amados Hijos, que algún día participemos todos de la bienaventuranza celestial de que gozan Catalina y Lucía. Para esto supliquemos al Divino Fundador de la Iglesia con aquellas palabras suavísimas del Doctor de Aquino, usadas en la liturgia de estos días: «Tú, que todo lo sabes y todo lo puedes, que nos apacientas en esta vida mortal, haznos allá comensales, coherederos y compañeros de los santos
ciudadanos. Amén. Alleluia».

El Heraldo de Cristo

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El [aiieiiiniM iie Doeslio Mm\\ FioMi

1]^^ L día 9 de julio durmióse en el Señor, a la avanzada edad de noventa y cuatro años, el Emi¬ nentísimo Cardenal Vicente Vanutelli, decano del Sacro Colegio Cardenalicio y Protector de la Tercera Orden Regular
Franciscana.
Hondo sentimienlo ha causado esta
muerte en el ánimo de todos nuestros
religiosos, que amaban y veneraban al
difunto Cardenal como a un Padre, y experimentaban para con el venerable anciano la sincera gratitud a que él mis¬ mo habíase hecho acreedor por sus des¬ velos y trabajos en bien de nuestra Orden.
Pastor vigilantísimo y consejero ex¬ perimentado, fomentó, por todos los me¬ dios que estuvieron a su alcance, la prosperidad de nuestras casas religio¬ sas, hasta el punto de ser considerado
en cada una de ellas como verdadero
hermano mayor, cuyas solicitudes todos aplaudían, y cuya exquisita bondad, celo apostólico y altísima prudencia, se ma¬
nifestaba en multitud de obras.
El recuerdo de ese Príncipe de la Iglesia perdurará en la Orden por él tanto amada, que llora, afligida, la pér¬ dida del ilustre maestro, cuyas sabias
orientaciones fueron verdadero faro de
luz en las difíciles circunstancias por las que necesariamente han de pasar los institutos religiosos en los actuales tiempos.
La vida del Cardenal Vanutelli podría sintetizarse diciendo que cifró su gloria en ser hijo de la Iglesia Católica. El

ideal de su vida fué, únicamente, servir
a la Iglesia. A ella consagró el ardor de sus años juveniles, las energías y acti¬
vidad de su edad madura, la valiosa ex¬
periencia de su larga y fecunda ancia¬
nidad.
Así en tiempos de luto y enconadas persecuciones como en los días alegres en que el orbe católico ha celebrado, con himnos de júbilo, el rescate y liber¬ tad del Vicario de Cristo, la veneranda figura del Cardenal Vanutelli se destaca, vigorosamente, en el campo de los adic¬ tos al supremo Pastor, como defensor formidable del prestigio y autoridad de la Silla Apostólica.
Trabajó incansablemente en la inten¬ sificación de la disciplina eclesiástica.
Durante el pontificado de León XIII, interpretando fielmente las luminosas
enseñanzas de ese inmortal Pontífice,
organizó las célebres peregrinaciones de obreros, con tan brillante resultado, que hubieron de enmudecer, llenos de vergüenza y terror, los mismos anticle¬
ricales.
La Acción Católica de todos los paí¬ ses, ha considerado con razón al Car¬ denal Vanutelli, como su generoso y decidido protector.
Era, además, este Eminentísimo Pur¬
purado, un apóstol de la Eucaristía. Lleno su corazón de seráficos ardores, dió muy eficaz impulso a grandes obras eucarísticas, tales como la Adoración perpetua del Santísimo Sacramento, los Congresos Eucarísticos y la comunión frecuente y cotidiana. El decreto «Sacra

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El Heraldo de Cristo

hL Heraldo de Cristo

11?

tridentina Synodus» de Pió X, fué sabia y fervientemente preparado por el celoso
Cardenal.
No es de maravillar que hasta en su
lecho de muerte tuviese, tan constante
propulsor del bien en la Iglesia, frases de veneración y cariño por el Vicario de Cristo. Al tener noticia de que le concedía Pió XI una especialísima ben¬
dición «in artículo mortis» y le encarecía al propio tiempo que elevase al cielo su ardiente plegaria, exclamó, poseído de
viva emoción: «Oh! El Santo Padre no
tiene necesidad de mis oraciones, más
por el Papa... por el Papa se ha de ro¬
gar siempre!» Confortemos nuestro espíritu con los
edificantes ejemplos del egregio extinto,
y supliquemos ahincadamente a la pode¬ rosa Reina de la Paz, a cuyo nombre le¬ vantó el llorado Cardenal un magnífico
templo en Ostia, que se digne conceder¬ le, piadosa, la paz eterna.
Fimy J. Rosselló, T. O. R.
DATOS BIOGRAFICOS
El Cardenal Vicente Vannutelli había nacido en Genazzano, diócesis de Palestrina, el 5 de diciembre de 1836. Fué ordenado sa¬ cerdote el 23 de diciembre de I860 por el Cardenal Patrizi, nombrado en 1861 Benefi¬ ciario de San Pedro; en 1863, Auditor de la Internunciatura de Holanda; en 1866, Audi|or en Brusela^=; en 1875, substituto de la
Secretaría de Estado, y el 11 de mayo de
1878 Auditor de la Rota. El 20 de enero de
1880 fué elegido Arzobispo titular de Sardes y enviado como Delegado apostólico a Constantinopla. Fué consagrado el 2 de febrero de 1881, y en 1882 nombrado internuncio en el Brasil, no llegando a tomar posesión
del su alto cargo.
Representó en Rusia al Soberano Pontífi¬ ce en las fiestas de la coronación de Alejan¬ dro III, y a su regreso ocupó la Nunciatura
en Lisboa.
Nombrado Cardenal in petto en el Con¬
sistorio del 30 de diciembre de 1889 fué pu¬
blicado el 23 de junio de 1890, recibiendo el capelo el 5 de julio de 1891, con el titulo

presbiterial de San Silvestre in Capite, cuyo título guardó hasta 1916. El 19 de abril de 1900 optó por el Obispado de Palestrina.
Ha sido Prefecto de la Congregación de Concilios y de la Congregación especial para la revisión de Concilios especiales (28 de ju¬ lio de 1902) y de la Inmunidad Eclesiástica.
El 4 de abril de 1904 y hasta 1907 per¬ teneció a la Comisión para la codificación
del Derecho canónico.
El 20 de octubre de 1908 fué nombrado
prefecto de la Signatura Apostólica, y el 15
de diciembre de 1914 Datario de Su San¬
tidad.
El Cardenal Vannutelli representó al Papa varias veces como Legado Pontificio en va¬ rios Congresos Eucarísticos nacionales e in¬ ternacionales; en el Tournai (agosto de 1906), Metz (agosto de 1907), Londres (sep¬ tiembre de 1908), Colonia (agosto de 1909) y Montreal (septiembre de 1910).
También representó al Papa en las fiestas
celebradas en París del 25 al 28 de abril de
1913, con motivo del centenario de Ozanam.
Por muerte de su hermano, que también pertenecía al Sacro Colegio, llegó a ser de¬ cano el 19 de agosto de 1915.
El 6 de diciembre del mismo optó por el Obispado de Ostia, del que tomó posesión el de febrero de 1916, aun guardando sus derechos al Obispado de Palestrina.
También tenía el título de Arcipreste de Santa María la Mayor.
• Desde el mes de marzo de 1915 vivía en
el palacio de la Dataria. Pertenecía el eminente Purpurado a las
Congregaciones Consistorial, do Propaganda Fide, de Concilios, Asuntos eclesiásticos ex-
troordinarios. Ritos, Seminarios e Iglesia
Oriental.
Era también presidente de honor del Co¬ mité permanente de los Congresos Eucarís¬ ticos Internacionales, nombramiento que se hizo a su favor el 12 de mayo de 1906.
Ejercía el protectorado sobre numerosísi¬ mas Casas de religiosos y religiosas, entre
ellas el de las Hermanas Trinitarias de Va¬
lencia, Obra de la Santa Infancia, Sociedad de las Conferencias de San Vicente Paúl, Comité Católico de Defensa Religiosa, de París, y Obra de Misioneros para Emigran¬
tes.
La figura del Cardenal Vannutelli era una de las más venerables del Sacro Colegio, y su desaparición constituye una sensible pér¬ dida para la Iglesia.
Descanse en paz el ilustre Purpurado y reciba el Sacro Colegio la expresión de nues¬ tro más respetuoso pésame.

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ÉL Heraldo de Cristo

Matrimonio al día... o eso debe acabar mal

CASIterrdaezabru(occetsavsoobpreisoeilntperreiotilr) dyeenla¬
lazados por las cinluras, sin más testi¬ gos que las nubes, los tejados y las
chimeneas de las casas cercanas, ambos
permanecieron algún tiempo silenciosos y contemplativos. Fue ella la que primero
habló.
—¿Sabes a cómo estamos?—dijo son¬ riendo maliciosa y acercando su melena
rubia a la cara de su marido.
—Sí, a 25, repuso él indiferente. —
¿Por qué la pregunta? Maria Luisa le miró y le hizo un guiño. —¡Ah ya caigo!—exclamó Tomás,—
se trata de uno de los meses insoporta¬ bles que traen treinta y un días y que «se las traen» por la misma razón. ¿Era ese el motivo de tu pregunta?
—¡Ese mismito!—repuso ella,— ¡Eres un «águila»! Y la cosa es que no sé có¬
mo nos las vamos a componer para
«échar fuera» los días que faltan. ¿Có¬
mo andas tú?...
—¿Yo? ¡En las últimas! ¡Para tabaco, y gracias!
—Pues te prevengo que a mi sólo me quedan en el armario...
—¡No concretes! ¡Prefiero... no sa¬ berlo!—le interrumpió él con un gesto
trágico-cómico. —¡Chico, después de todo, la cosa no
es para desesperarse, pues saldremos
de «esto» como hemos salido de otros
apuros! ¿No te parece? —¡Claro que sí! La vida es una caja
de sorpresas... En este momento sonó el timbre.
¡Han llamado! Voy a ver quién es. ¿Quién será a es¡as horas?—exclamó
María Luisa.
Pasados unos minutos, volvió a la
terraza mny agitada, —¡Es el cartero del Giro Postal!—le
dijo a su marido.
—¿Del... Giro Postal? ¿Para mí? ¿Es¬ tás segura o... sueñas?
—Es un giro para tí. ¡Anda, corre y
firma a escape.
Tomás entró y tornó a los pocos mo¬

mentos, dando saltos de alegría como
un chiquillo.
—¡Chica, la karaba!» ¡Doscientas cin¬ cuenta pesetas, importe de las tres no¬ ventas cortas aquellas que envié hace un siglo a Barcelona, y que creíamos que habían ido al cesto de los papeles
del editor!
¡Uy, nene, ¡qué «golpe» y qué simpa¬ tiquísimo editor!
—Sí, sí. ¡Qué tío!... ¡Qué tío más «grande!»
—¡Dios le bendiga!
—¡Amén! Esto ha sido ¡apoteósico,
chica! Doscientas cincuenta «piastras»
llovidas del cielo... ¡Fíjate! Hay que ce¬ lebrarlo, ¡Vámonos al comedor, llama a la portera y que nos suba cosas, dulces, pasteles. Jerez, champán,.. ¡Atízale un billete de 20 duros para que lo cambie
y... lo vea! —¡Ahora mismo! Al cabo de una hora y después de la
improvisada merienda, Tomás, repanti¬ gado en el sofá y con un puro de tres pescíBS en la boca, inquirió gravemente.
—¿Qué haremos con tanto dinero? ¿Qué opinas tú?
María Luisa reflexionó y echó cuentas.
—En la tienda-dijo—convendría pa¬
gar: algo, por lo menos de lo que de¬
bemos,
-Antes el sastre, ¿no te parece?—
propuso él.
—¡Déíate de sastres! El carbonero, el
lechero, primero. Total, no es tanto: unas sesenta pesetas.
—¿Y tu modista?
—¡Ay, es verdad! Y son 20 duros, ¡calcula!...
—¿Veinte duros? ¡Ni hablar de eso! ¡Déjate de modista!...
¡Naturalmente! Pero, ¿qué hacemos
entonces?
Tomás lanzó a la atmósfera una bo¬
canada de humo, se encogió de hombros
y repuso:
—Mira, puesto que no alcanza para pagar con este dinero todo lo que debe-

El Heraldo de Cristo

119

mos, nos... quedaremos con él y ¡en paz! ¿Conformes?
—¡Eso, eso mismo estaba yo pensan¬ do!—exclamó ella.—¡Mira qué es casua¬
lidad!
—Ea, pues, hagamos plan para esía
noche!
—Un plan «bien» ¿eh? — ¡Natural! Cena estupenda, un palquilo, «taxi» (sin mirar el contador), y a
üllima hora...
—Otra cenita... estupenda, —¡Digo! «¡Cañón!» Al anochecer del día siguiente, Tomás volvió a su casa muy contento. La por¬
tera le detuvo.
—Tome la llave, señorito, porque la
señorita no ha venido todavía.
—Gracias, Manuela y hasta luego. Tomás subió, abrió y se instaló en el despacho. Media hora después llegó María Luisa, hablando muy de prisa y muy nerviosa. —¿Qué te sucede, qué te ha ocurrido? —Tú has ido de compras. lo adivino y has comprado algo... «terrible»! —Sí—suspiró María Luisa, bajando la
frente.
—¿Qué has comprado?
—Un sombrero lindísimo que me gus¬
taba ¡horrores! hace tiempo.

—¿Y te ha costado?...
—Veinticinco duros...
—¡Mi... padre! ¿Qué has dicho, hija
mía?
—¡Oh, nene, perdóname: ha sido una locura, lo reconozco; pero... es precio¬ so! Además, ¡ya ves, nos quedan toda¬ vía... quince duros!
—Tomás fué ahora el que bajó la ca¬
beza.
—Quince duros, no...—murmuró. —Cómo que no? —No, repito, porque me he comprado una gabardina de cuero, estupenda...
—Y cuánto te ha costado?...
—¡Doscientas pesetas?... —¡Mi... madre!¡Qué locura?—exclamó
María Luisa.
—Es verdad—suspiró él. Se hizo un silencio trágico y solemne.
Ella bisbiseó lentamente: Doscientas tu¬
yas y ciento veinticinco mías, trescientas veinticinco. ¿De dónde las sacamos? ¿Qué hacemos?
Y entonces Tomás con acento resig¬ nado y un tono patético, repuso:
—Mira, chica, no hay más que una solución. Cuondo traigan las dos cuen¬ tas diles... que vuelvan.
—¿Cuándo? —¡El año que viene!...

NOCTURNAL
MIRANT LES ESTRELLES

En guard el record ben frese d’ aquell dia en que ’1 meu araic d’ aquest mon partía.
JoT seu trist partir fa temps que '1 temia,
el cor fet bocíns
foil de melangia.
Un defalliment sa cara marcia, com lliri trencat
la color perdia.

El me va robar
febril malaltia, ho ha dispost Dèu lloat sempre sia.

Quiscun de sos mots
per mi pareixia un glop de vin blanc
o de melvasia...

Mes l'annyorament
de r ànima mia
ai, no minva, no, i plor tot lo dia...

No vulgas plorar pús, ànima mia, que r amic no 's mort viu en llunyania.

El seu rostre bru
plè de galania
de crosta de pa la color tenia.

Veus aquell estel que '1 cel se destria? prop d' aquell tan groc veig sa fesomia.

Fra Miquel Caldentey, T. O. R.

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ÉL Heraldo de Cristo

De todo un poco

Quilate y quilates
La palabra quilate es empleada por los joyeros con dos distintas significa¬
ciones. Primero como unidad de peso
para los diamantes y otras piedras pre¬ ciosas; equivale a 205 mg. Por ejemplo, en la frase: diamante de ÍO quilates; significa: diamante de 2.050 mg. Se¬ gundo, se emplea para designar la vi¬ gésima cuarta parte de oro puro que se
encuentra en el oro del comercio. Así
en la frase: anillo de oro de 18 quilates, debe entenderse un anillo en el cual el
oro puro se encuentra en la proporción de 18/24 del peso total, mientras que las seis partes restantes son de lo que llaman liga. Oro a 24 quilates sería oro purísimo, pero en la práctica, por di¬ versas razones, principalmente para hacerlo más duro y resistente, el oro es siempre usado en aleación con el cobre. Así el oro de las monedas (900 milésimas) es de poco menos de 22 quilates; el oro de las joyas (general¬ mente de 840, 750 y 600 milésimas) es de 20, 18 y 14 quilates.
Un nuevo tipo de cigarrillos
Leemos en un diario que en Ortona, un joven había encendido un cigarrillo y lo estaba fumando tranquilamente, cuando de pronto éste explotó dando un fuerte estampido hiriendo grave¬ mente en diversas partes del cuerpo al desgraciado joven, el cual tuvo que ser alojado en el hospital. Los carabineros cerraron la expendeduría que había ven¬ dido los cigarrillos, y el expendedor... fué puesto a disposición del juzgado. Es de desear que bromas de esta suer¬ te no tengan lugar entre nosotros; es¬
tamos ciertamente acostumbrados a
encontrar bastones, guijarros, tierra y todo lo que ustedes saben, en los ciga^ rrillos y en el tabaco; pero explosivos, hasta ahora, no, y no creemos que re¬ sultara muy fácil acostumbrarnos a ello.
Precauciones para cuando se suda
Cuando se está sudando es necesario
ante todo evitar las corrientes de aire
fresco, como también guardarse de be¬

ber agua fría o bebidas heladas. Una norma muy recomendable es la de cam¬ biar la ropa interior, si es posible, en¬ jugarse bien y friccionar el cuerpo. El no atenerse a estas precauciones pro¬
ducirá las más de las veces un costi-
pado, pero en ciertos casos podrá has¬ ta provocar graves disturbios en el aparato digestivo o en las vías respi¬
ratorias.
Los montes más altos

Los montes de mayor elevación en
los distintos continentes, son:

Asia: Monte Everest América del Sur: Monte
Aconcagua .
América del Norte: Mon¬
te Mac Kinley
Africa: Monte Kilinan-
giaro Europa: Monte Blanco .
Australia: Monte Cars-
tensz

metros 8.882

» 7.150

»

6.187

» 5.890

*

4.807

» 4.788

Asia tiene además oíros seis montes
de elevación superior a 7.000 metros, (Dapsang, Kinchinjunga, Cungurr, Musíagata, Cian Tengri, Guarisancar.) Amé¬
rica Meridional tiene cinco de más de
seis mil, y América del Norte uno que casi los tiene. Ninguna montaña de 6.000 metros hay en África, en Oceania y mucho menos en Europa cuyo monte más alto es el Blanco (4.807 m.)

Guerra a las moscas!

Ha salido a luz en Inglaterra un nue¬ vo instituto entomológico, en Farnham Royal en Buckinghamshire, en donde
se cultivan con métodos científicos los
insectos aptos para destruir otros in¬
sectos nocivos al hombre y a sus co¬
sas. El ejército allí adiestrado está des¬
tinado a la lucha contra las moscas,
mosquitos, pulgas y demás parásitos del hombre por una parte, y contra las plantas por otra. Los valientes soldados son encerrados en grandes jaulas trans¬ parentes con sus enemigos hasta que, enseñados suficientemente, puedan ser enviados a las batallas que habrán de organizarse en todos los países. De

hL Heraldo de CrísTu

121

este modo se espera extirpar los dañi¬ nos insectos mucho mejor que con los medios químicos o empíricos hasta aho¬ ra usados, pues estos no impiden la reproducción. El instituto Farnham Ro¬ yal es único en el género, que sepamos.
Cuánto cuestan las guerras
El oficio de estadística de los Estados
Unidos ha publicado una nota que con¬ tiene las sumas que han costado las principales guerras desde el siglo XVlll hasta la última. Nótese que el importe viene en dólares, para saber el número de pesetas, cada cantidad debe ser mul¬ tiplicada por 9. He ahí las cifras ame¬
ricanas:
(lUerras napoleónicas (1793 a 1815) 7.250 millones
dnerra de Crimea . (i8;3 a 18156) 1.700 millones
Id. de Secesión . . (1861 a 1865) 8 000 millones Id. franco-alemana . (1870 a 1871) 3.500 millones Id. sndafricana . . (1900 a 1902) 1.250 millones Id. rnso-japonesa . (1904 a 1905) 2.500 millones Id. mnndial , . . (1914 a 1918) I 90.000 millones
y si a esto se añaden las destruccio¬
nes de riqueza, el empobrecimiento y disminución de la producción agrícola, las vidas segadas y los brazos robados al trabajo, no es exageración si deci¬ mos que la última (?) guerra ha costado
al mundo doscientos mil millones de
dólares; o sean un billón ochocientos mil millones de pesetas:
1,800.000.000.000

En un viaje
El viaje es desde Roma a Niza, pa¬ sando por Pisa, Qénova, Ventimilla... Dos incidentes, de los cuales fuimos
testigos, ofrecemos a nuestros lectores.
En Roma, en el momento casi de la
partida del tren, un viajero se da cuenta de haber olvidado la maleta, tal vez en
el hotel, tal vez en el coche que le acom¬ pañó a la estación: «Corra Vd.—grita a uno que lucía en la gorra un flamante portabagagUo—mire si en el coche del Hotel Saturnia hay una pequeña maleta, con una funda verde, así y así!..» El faquín marchóse y volvió al poco tiem¬ po jadeante: «Si señor dijo, alargando la mano para la propina-está allí, sobre
un asiento!» Y el tren se puso en marcha...
En Ventimilla, y en la aduana, el aduanero pregunta a unos señores si traen nada de pago. Uno responde: «Te¬
nemos dos botellas de vino...» «Dos
botellas, entonces?..» «Sí, pero... mire, las botellas son vacías, el vino lo he¬
mos pasado a nuestros estómagos...» El aduanero consulta la tarifa y lee a
media voz: «Vino!., en barriles... 60
francos el hectólitro; vino en botellas... 50 céntimos la botella; vino en odres
de piel de asno... nada! Esto es! (en voz alta) Señores, Vds. no pagan de¬
recho de aduana!»

122

El Heraldo de Cristo

HOGAR VACÍO

Hacehaladgeüeeñsotos me uicmhboosrraañboless. Edne lomsi
permanencia en Tierra Sania, solazábaseme el ánimo, tendiendo el vuelo de la
imaginación, alguna vez que otra, a los dulces edenes de la pequeña patria, de esta Galicia que guarda para sus hijos, vista de lejos, ternura de tórtola y hala¬ gos de madre. Hacia, en tales casos, el papel de mago, evocador de recuerdos sentimentales, un periódico regional, cuyas noticias devoraban con avidez mis ojos. Entre esas noticias, no siem¬ pre acariciadoras para el filial afecto, pocas me dejaron en el corazón huella tan profunda, como la que ahora trata
de salir de nuevo a luz. bajo los puntos
de mi pluma. Quizá también vosotros la recordéis, quizá la descubráis en su viejo aspecto bajo el disfraz de luto con que voy a presentarla en escena. Es¬
cuchad.
Trátase de un hogar humilde, pero
alegre, con la luz del primer amor con¬ yugal, que alienta como transfigurado
en las formas de un recién nacido de
pocos meses. La presencia del menudo primogénito enloquece al padre y tiene sumida en piélago de dulcedumbres a la madre. Ambos le quieren con delirio, ambos le miran y observan, como ob¬ serva y mira un poeta romántico la apa¬ rición de los capullos en flor, resaltando
brillantes de rocío sobre el manto de
esmeralda de la primavera. Siempre es digno de amor un niño.
Lo es de un modo excepcional para los
padres. Pero cuando se trata del que estrena cuna nueva y trae pañales aun no usados, no sé yo que amor es el que
inspira a ellos las primeras caricias. Llamarle amor en éxtasis sería impro¬ pio. Mejor podría llamársele, amor en ebullición, sin rumbo, atolondrado en
sus expansiones. Es algo que vuela y vuela a capricho, trazando círculos sin
orden ni concierto, que ya se acerca
mimoso, ya sonríe tentador de lejos, ya se agazapa y brinca sobre el idolillo, intentando comérselo a besos. ¿Me ha¬ bré explicado bien? Los que lo sienten

y viven, tal vez hallen aún pálida la pin¬ tura. De todos modos, al frío especta¬
dor de semejantes cuadros domésticos
le parecerá un amor tonto y descentra¬ do. ¡Tales son los caprichos variadísi¬ mos a que se entrega!
Si de estos conceptos pudiéramos ahora nosotros extraer la quintaesencia y someterla a presión en el crisol ígneo de la pupila solar, el resultado que tal procedimiento nos diera no sería sino la realidad del amor que a su recién na¬ cido profesan los jóvenes espssos. Y no sería poco verdad?....
¡Hay que ver un hogar, en plena flo¬ ración de vida conyugal como el que nos ocupa! Es pobre, es humilde; pero ¿qué importa? Las ilusiones—que son el crisol mágico que usan sobre los
ojos los enamorados—tienen virtud su¬ ficiente para presentarlo con claridad que deslumhra y que presta reflejos de oro a los objetos más vulgares. Al no¬ viciado de una actuación independien¬ te, en la que ninguno manda y los dos obedecen, se asocia de ordinario, la lo¬ zanía de la salud, las travesuras retozanas del buen humor, las esperanzas ra¬ diosas de un porvenir trenzado con hilos de aurora. No se conocen allí
sombras de luto, gemidos de desola¬ ción acritudes bruscas de desengaño.
Así es el hogar de los alegres con¬
sortes. La vehemencia del cariño, man¬
tiene a raya y como en suspenso toda pasión o capricho que pudiera motivar rozaduras molestas. Espinas hoy, pero ocultas debajo de las flores. Ella por complacer a él y él por complacer a ella, no muestran sino el lado agradable de su carácter, y esto sin esfuerzo, como imantado bajo el cetro dulce de la mutua conveniencia. Trabaja el marido con verdadero derroche de energías, sin re¬ gatear molestias; trabaja la esposa por¬ que el hogar esté limpio, los objetos en orden, la comida bien sazonada. De este modo marcha todo como una seda, tiene el ambiente la calmosa imperturba-

El Heraldo de Cristo

123

bilidad de los azules espacios y cantan
dentro del corazón los sentimientos
tiernos adormecedoras canciones de
dicha.
¿Cómo, pues, concebir allí, errabunda y flébil, voz alguna de lúgubres vibra¬ ciones? El primer gemido que estalla en aquel hogar es el qud denuncia la apa¬ rición del primogénito en los dominios de la vida. Tras aquel gemido brotan
otros, desarticulados y penetrantes, en serie que corre interminable a través de noches, días, semanas. Llorón a más
pedir les sale el nene. Gemidos son aquellos, sin embargo, que ni entriste¬ cen ni abaten a los padres. Lo que ha¬ cen es embobarlos, por el mero hecho de tratar de hacerlos desaparecer. Ella arrullándolo entre los brazos, y él aco¬
metiéndolo a caricias, se pasan tan campantes las horas muertas. Sin que sea tal ocupación un gozar ruidoso, go¬ zar es también. Los idilios de cuna no
exhalan nunca sino emociones que dul¬ cifican y confortan el ánimo.
—¡Quién pudiera pasarse la vida en¬ tera de este modo!, suspira el padre, puesta la consideración en sus faenas
de labranza.
— Pues, no se que te diga, observa filosóficamente la madre. Yo no soy de tu parecer. ¿Sabes que me va cargando tanta música? Un niño que sonría, que retoce, que salte.... ¡eso es lo que yo quiero!
—Ya le vendrá la vez, mujer. A cada
edad lo suyo.
Con todo, el niño se retrasa en de¬
masía en colmar las aspiraciones de la madre. No se cansa, por tardos qne co¬ rran los meses, de repetir todas las va¬ riantes de la partitura de los gemidos. Llora que te llora, durante el día, mien¬ tras el padre trabaja en el campo. Llora que te llora de noche, mientras el padre que tieue un sueño profundo, duerme tranquilamente a pierna suelta. Y ella sola, aguanta que te aguanta el chapa¬ rrón. No puede apartarse de la cuna, sin que el rapaz lo estremezca todo con sus clamores. No puede dar un paso en sus faenas domésticas, sin llevarle so¬
bre los brazos, haciendo molestos hasta
los más leves movimientos.
En tal estado de cosas, acaba por

donde era de esperar... por no hacer caso alguno de los gemidos del poqueñuelo Algún trabajo le cuesta al princi¬ pio a su corazón, escuchar la tormenta y contenerse para no acudir a conjurar¬ la; pero, ¿a qué no se habitúa uno, si le
conviene?
El padre por el contrario, que no tiene de continuo aquella trompetilla viviente junto a los oidos, toma la actitud de la esposa por indiferencia y falta de amor materno, y da en la flor de amoscarse, descubriendo así una viveza de genio, agresivo y brusco, que llega a veces a
olvidar el aderezo de las buenas formas.
Y no sé si por no ser menos, o porque
las circunstancias vuelven la veleta con¬ tra el viento, dase el caso de que la esposa, al ver despuntar los brotes de aquellas espinas de mal temple, siente
la necesidad de no dar el brazo a torcer,
a fin de sostener la nota en igual cuerda del marido. Al principio, calla y no hace coso, luego refunfuña y sigue no ha¬ ciendo, y por último, se las tiene tiesas, alza el gallo, fabrica con la mano jero¬ glíficos en los aíres y...
—¡Adiós! ¡adiós! ¡La paz se va! true¬ na el marido ante la primera respuesta
desabrida de la mujer.
—Y por tu culpa. Por ser arrebatado de genio y no medir las palabras.
—Por la tuya. Por ser terca, terca de remate. ¿No ves como llora el niño? ¡Y
tu así tan!...
—Déjalo llorar, que tú no entiendes de eso. Preocúpate de tu azadón y de destripar ter.ones...
—Pero, mujer...
—Pero, hombre...
Y no hay más. El hombre acaba por ceder. Con la rapidez con que se le en¬ ciende el genio, se le apaga. Es una lla¬ marada que parece va a devorar al mundo y que se extingue al nacer, como parpadeo de relámpago. En el primer desahogo, gasta todo el combustible de la indignación.
Y siguen amándose. Y siguen acari¬ ciando al niño, sin conseguir que inte¬ rrumpa sus ejercicios de solfeo. Y si¬ guen tejiendo planes risueños para el porvenir. ¿Quién va a hacer caso de una tormenta pasajera? Si algo queda en los ánimos, es la impresión vaga del

m

hL Heraldo de Cristo

primer amargo descubrimiento que ob¬
tiene el uno del carácter del otro.
—¡El, arrebatado de genio!... — ¡Ella, terca de remate!...
A las primeras de cambio, se observa que no son estos síntomas de buen augurio. Nadie, sin embargo, se imagi¬ na, y menos ios consortes, que puedan acarrear consecuencias deplorables en extremo. Al fin, los seres racionales no
son ángeles. De algún pie han de co¬ jear. Sólo que, en este caso, no cojean ésta del pie de un lado, y aquél del otro, haciedo por lo tanto, difícil el equilibrio doméstico. Defectos que se encuentran tan de frente, tienen que darse de mo¬
rros con suma facilidad.
Y se dan ¡vaya si se dan! De igual modo que cuando uno tiene una herida, parece que todo le va a dar a ella, así
cuando un defecto sale una vez a la su¬
perficie, parece que siempre se mantiene en guardia, bajo la gasa de las aparien¬ cias para presentarse armado de punta en blanco, ante el más ligero asomo de acometividad. Ni el genio vivo del es¬ poso, ni la terquedad dura de la esposa, necesitan ya de guante de desafío para comparecer en escena. Diríase que cual¬ quier incidente les va a dar el resorte, y a ponerlos en acción. El nene con su música sigue siendo la causa inocente de tales desaguisados.
—Pero, hombre... ¡si no fuera por ese genio!...
—Pero, mujer... ¡si no fuera por lo terca que eres!...
¡Cosa extraña los dos sienten ya la nostalgia de una felicidad que comienza a desvanecerse, y conocen la causa ori¬ ginaria; y a pesar de todo no le ponen remedio. De pensar ella seriamente en
no tirar del freno para mantenerse tanto en sus trece, y él en ponerle uno a la viveza de su carácter para mantenerlo a raya, toefo les saldría a pedir de boca. Pero él sólo piensa en que ella se corri¬ ja, sin hacer nada por corregirse a sí
propio, y ella se preocupa nada más de que, se enmiende él, sin darle ia buena lección de su personal enmienda; y por tan peregrinas veredas—las más fre¬ cuentadas, por desgracia—no es posi¬ ble atajar el mal.
Este sigue dilatando su influencia en

torno al niño, aunque no en forma de
envenenar todavía intensamente el am¬
biente de la tranquilidad doméstica, ex¬ cepción hecha de cortos intérvalos. La
felicidad irradia aún sobre sus corazo¬
nes. pero más tenue, más incolora, cual si tamizara sus rayos en una neblina ligera. Alegre continúa siendo el hogar, si bien con alegría de una primavera que decae con languidez de ocaso.
—¿No te parece que el niño llora ya menos?, pregunta el marido.
—El día que no llore nada, repone ella, volveremos a cantar nosotros.
¡Buenas las tenemos armadas por su
causa!
¡Ay! no llega por desgracia ese dia. Lo que llega es un día de claro amane¬ cer, de cielos limpios, de sol espléndi¬
do. Tentaciones dan de abrir de par en
par ventanas y puertas, para que se em¬ briague la casa con deslumbres de luz. Pero no, en vez de abrirlas hay que ce¬ rrarlas. Es tiempo de sementera, los jornales están muy subidos, y la econo¬ mía pone a los consortes en el trance de irse juntos al campo. El abrirá los surcos, ella esparcirá la semiente. Así, en cuestión de unas horas, quedará ter¬
minada la faena.
—¿Y el niño? —El niño estará como un rey, a la sombra, cerquita de nosotros. Marchan, en efecto, alegres, charlata¬ nes, cruzando saludos y gracejos con los labradores que encuentran al paso. Una vez en el campo, aderezan al niño un mullido puesto de descanso, consi¬ gue la madre adormecerlo, déjalo tran¬ quilamente recostado a la sombra y... —¡A trabajar! El trabajo no resulta duro, pero los ardores del sol concluyen por hacérselo penoso. Es necesario darse prisa, mul¬ tiplicar esfuerzos para concluirlo cuanto antes. Mas ¡oh contratiempos! en lo mejor de la tarea, despierta el niño, en¬
sartando una retahila interminable de
gritos desaforados. —¡Ya está! ¡Ya tenemos función!, dice
la esposa.
—¡Mujer! ve a ver que tiene..., obser¬
va el marido.
—¿Y qué va a tener? lo de siempre... ganas de llorar. Déjalo.

El Heraldo de Cristo

125

—No seas íerca, mujer. Ve a ver.
—¡Bah! ¡para lo que nos falía! Qué
chille... Ya callará.
En efecto; el niño comienza a dismi¬
nuir en intensidad sus clamores.
—¿Oyes? El chico... No me da buena espina. Vé allá, mujer.
—Mira que estás fastidioso... ¡Preci¬ samente ahora que se da por rendido!
Transcurren otros instantes, y los gritos del niño—poco perceptibles-si¬ mulan los de una persona que se ahoga.
—¡Acabaremos!, concluye el marido, ya nervioso. ¿Vas tu o voy yo?
—Pero, hombre...
—¡Habrá mujer más terca!, refunfuña el hombre, poniéndose en marcha y
arrastrándose detrás de sí el azadón.
Y aún no ha andado unos pasos,
cuando un grito terrible, desesperado, se le escapa de la boca. Acaba de ver
una culebra enorme, enroscada al cue¬
llo y brazos del pequeño, pinchándole con el aguijón en la cara
Acude, entonces, al grito la mujer, preguntando:
—¿Qué es? ¿qué pasa?... Pero, no pudo decir más. El marido en una inflamación súbita de mal genio, se vuelve hacia la mujer, y rugiendo, como un energúmeno, «¡por causa tu¬ ya!», «¡por ser terca!», lanza contra ella el azadón con tan mala suerte que se lo

estrella en la cabeza, haciéndola caer
desplomada.
—¡Loco! ¡loco! ¿qué hice? ¡La maté!
Y turbado, sin saber si acudir antes en auxilio de la esposa o del hijo, co¬
rriendo, ya hacia el uno ya hacia la
otra, siente un nuevo incendio en el ce¬ rebro de ira contra sí propio, saca rápi¬ do una navaja y la sepulta en su pecho,
y... ¡Adiós, dichas soñadas! ¡Adiós, hogar feliz!...
Al acudir los labradores más próxi¬ mos al lugar del suceso, encuéntranse
con los tres infelices casi en estado ex¬
pirante. Logran aún los esposos volver en sí, pero sólo para reconocer su culpa y morir con los consuelos de la reli¬ gión.
—¡Yo fui la causante de todo, por ser
terca!
— ¡No! que lo he sido yo, por ser arrebatado de genio!
Y el párroco, que está en el secreto de la vida anterior, piensa para sus
adentros:
—¡Lástima que no lo hayan reconoci¬ do antes de ahora, y hubieran hecho de su hogar el más dichoso de los hoga¬ res! Y vosotros, lectores, ¿qué decís a la vista de esa casa que queda desierta?
Fr. S. Eiján.

NECROLOGIA

Villafranca.—A los 20 días del mes de
julio dejó de existir D.^ Juana María Sansó a los 50 años de edad, después de recibir con gran fervor los últimos Sacramentos.
Era la finada modelo de madres cristianas
cumpliendo con escrupulosidad los deberes
de su estado.
No dudamos la habrá premiado el Señor después de haberla visitado con tan larga y penosa enfermedad.
Reciba su familia y en especial su hijo Fr. Juan Gayá, corista del Colegio de Nues¬ tra Sra. de los Angeles la expresión de nues¬
tra condolencia.
Conscll.—Día 15 del mes de julio pasó a mejor vida la ejemplar terciaria de N. P. San

Francisco D.** Ana María Jaume Pizá, a los
47 años de edad.
Pasó los umbrales de esta vida después de larga y penosa enfermedad, prueba que se¬ guramente le enviará el señor para urificarla como oro en el crisol y hacerla digna del eterno galardón.
Reciba su familia el testimonio de nuestra
condolencia y en especial su esposo D. Mi¬ guel y sus hijos, como también sus herma¬ nos que tan bondadosamente se desvelaron por el cuidado de la difunta.
Ariany.— La tarde del 20 de junio, con plañidero son anuncia el bronce santo la luc¬
tuosa nueva del óbito de la llorada esposa
del Presidente de la Junta Vecinal, D.® An»

126

El Heraldo de Cristo

tonia Nadal Mestre (Q. E. P. D.) digna ter¬ ciaria franciscana, mujer sin tacha, cristiana ejemplar y católico-practica, que después de haber edi^cado en vida y muerte con sus buenos ejemplos, sufriendo con estoica pa¬ ciencia su larga y penosa enfermedad, en la que se complace en dar muestras de resig¬ nación y conformidad, vuela, confortada con los sacramentos, a recibir la inmarcesible corona de los justos.

quier obra de celo que le sugieren, no duda
en alistarse a las cofradías y propaga con
todo conato la obra misional y de la Buena Prensa que verdaderamente acariciaba.
Pero más que la evocación de piadosos re¬ cuerdos, pido a mis lectores fervientes sufra¬ gios e imitación de una vida que tan santa muerte produce y asociándome al dolor de los suyos, en particular consigno, desde es¬ tas columnas, mi más sentido pésame a nues¬ tro distinguido e inconsolable amigo D. An¬ tonio Mestre, esposo de la finada y Presiden¬
te de la Junta Vecinal de esta Entidad.

Baja al sepulcro, llena de méritos, a la
edad de 66 años, rodeada del entrañable
afecto, aprecio y generales simpatías que con su carácter bondadoso y afable y generosi¬ dad magnánima se había granjeado, y no pudieron menos de manifestarse en el impo¬ nente entierro y funeral celebrados con toda
pompa.
La vida de la extinta fué un tejido de vir¬ tudes y sacrificios continuos; muchos son los pobres a los cuales había servido de paño de lágrimas y hoy la lloran, remorando con fruición la caridad que derramaba en todos sus actos, los consuelos que prodigaba a la
cabecera de los enfermos.
Celosa cumplidora de las prácticas de pie¬ dad se entrega a prolongados rezos, medita¬ ciones, lecturas espirituales y demás ejerci¬ cios piadosos que la mantienen en fervorosa unión con su Jesús Sacramentado, centro de sus devociones, que cristaliza ora en reparti¬ ción de imágenes para la entronización del Corazón de Jesús, ora en un valioso copón que le ofrece, ya en Cuarenta-Horas que le costea y después funda, en recuerdo perpe¬ tuo de su amor, ya en un suntuoso sagrario que sufraga, a una con otra persona.
Presta su óbolo y acoge con intarés cual¬

Palma.—Colmada de méritos ha bajado al sepulcro, a la edad de 65 años, la fervo" rosa terciaria doña Mariana Pujol.
Vivió largos años dedicada a la enseñanza, al lado de su hermana D.® Catalina, Maestra
Nacional.
Desempeñó varios cargos en el Discreto¬ rio de la Tercera Orden, y en la Congrega¬ ción de Hijas de María establecida en el Convento de Lluchmayor,
Sufrió, resignada a la voluntad de Dios,
los acerbos dolores de su última dolencia te¬ niendo la suerte de morir habiendo recibido
los últimos Sacramentos y con el nombre de
Jesús en los labios.
Enviamos nuestro pésame a toda su fami¬ lia, y encarecemos a nuestros lectores enco¬
mienden a Dios el alma de la virtuosa finada.
Artá.—Día 27 de junio, murió en el Señor
la fervorosa terciaria D.® María Ginard Este¬
va, a la edad de 71 años pasados completa-

El Heraldo de Cristo

127

mente consagrada a la vida de familia y a las prácticas de piedad.
Su vida fue modelo de madres y esposas y
como terciaria fidelísima cumplidora de la reg’la de nuestra Orden.

Suplicamos a toda la Hermandad una Ora¬ ción por el alma de la finada y acompaña¬ mos a su familia en su justo dolor.

BIBLIOGRAFÍA

Vida abreviada de Santa Catalina Tomassa
escrita de Mn. Antoni Md Alcover, Pre. amb dibuixos d’ En Pere Cáfaro i d" En
Francesc de B. Moll. Ab llecéncia esgle^
siástica. Primera Edició. Ciutat de Mallor"
ca. Estampa de Mn. Alcover. ÍQ30.
El Sr. Alcover ha volg’ut contribuir a T homenatg·e que ret enguany Mallorca a la seua filia predilecte, la Verge Valldemosina, amb motiu de la seua canonisació pel Sant Pare Pius XI; amb aquesta preciosa vida que di¬ fondrà dins les terres de llengua catalana, el perfum de la simpática Santa.
Le obra del nostre Degá consta de tres parts 1.^ ^^Bibliografía, és a dir—com s' ex¬ pressa ell mateix—una breu noticia de tots quants de llibres he sabut que parlen d' ella; 2.^ la seua Lipsanografia o conterella de to¬ tes les relliquies que queden de la Santa, i deis llocs que santificà amb la seua presència i estada; i 3.® la seua iconografía o relació de totes les capelles, estátuas i pintures de¬ dicades a ella dins esglésies i oratoris públics de que tenc noticia.
Consideram que es estat un gran acert de Mn. Alcover la publicació d' aquesta Vida i per aixó li donam nostra fervent enhorabona, i encarregam ferm an els nostres volguts lec¬ tors que no deixin de llegir-la.
PADRE COTEL. Caíccismo de los vofos.
Edición adaptada al Nuevo Código, T t. en T6.° de IT2 pàgs. ptas. 1.—«Editorial Li¬ túrgica Española, Cortes, 581. Barcelona.»
He aquí un librillo que los superiores y su¬ periores deberían repartir a sus súbditos co¬ mo pan bendito. Es tan conocido, que casi no necesita recomendarse. El autor, para ha¬ cerlo muy provechoso, lo compuso tan breve

como exacto, teniendo especial cuidado en separar las obligaciones que impone el voto, de todo aquello que exige la práctica de la virtud, a fin de que cada uno pudiese discer¬ nir netamente el deber riguroso de la con¬ ciencia, de lo que sólo hay que practicar pa¬ ra elevarse a la perfección. Para alcanzar este resultado, el P. Cotel ha multiplicado las preguntas, a fin de poderlas contestar de una manera clara y decisiva.
Este libro equivale a un tesoro, sobre todo por haberse acomodado a las disposiciones del nuevo Código Canónico.
FEDERICO DE LAMA. Teresa Neumann
o una estigmatizada de nuestros días. Relación de un testigo presencial. T t. en 8.° de 200 págs. Ptas. 4. — en rústica. «Editorial Litúrgica Española, Cortes, 581,
Barcelona.
«Un milagro en nuestros días.» Así ha sido calificado el hecho prodigioso que en estos momentos tiene lugar en Konersreuth. Una joven campesina, ha experimentado milagros estupendos por mediación de santa Teresa del Niño Jesús, los cuales han señalado el
comienzo de una misión maravillosa. Teresa
en su casita, reproduce y experimenta cada
viernes todas las escenas de la Pasión del
Salvador. Pero aún hay otra circunstancia más notable, y es que hace más de tres años que no toma ningún alimento ni bebida, ex¬ cepción de la Sagrada Comunión diaria.
Sus predicciones son verdaderamente in¬ teresantes. Anunció que la persecución reli¬ giosa de Méjico tendría una pronta solución, y los hechos han demostrado la verdad de su aserto. Recientemente, en uno de sus extásis, dijo a su confesor: «En este momento Su San¬ tidad nos bendice a los dos.» Y, en efecto

128

El Heraldo de Cristo

una semana después se recibió una fotografía del Papa, en la cual, junto a la fórmula acos¬ tumbrada, aparece la firma autógrafa de Pío
IX. La fecha coincidía exactamente con el día
en que Teresa predijo el acontecimiento. Todos los católicos que tienen su espiritu
deprimido, deberían leer este libro emocio¬ nante y consolador.
F. MAUCOURANT, Vida íntima con Jesús.
Treinta meditaciones. Traducción de P. M.
Bordoy-Torrents, T t. en 16°, de 280 pᬠginas. Ptas. 3.—en tela. «Editorial Litúrgi¬ ca Española, Cortes, 581. Barcelona.»
El mejor elogio que podemos hacer de es¬ tas meditaciones, es que en su lengua origi¬ nal llévanse vendidos 159.000 ejemplares.
Tan rápida difusión demuestra evidente¬ mente que el autor ha sabido a la vez atraer las bendiciones del cielo y merecer las sim¬ patías de los amigos de Dios en la tierra.
Libro lleno de savia cristiana, impregnado enteramente del espíritu evangélico, contiene todo aquello que los santos y los autores es¬ pirituales más autorizados han dicho y escri¬ to como más suave y luminoso. Libro atrac¬ tivo en la forma y muy sólido en el fondo, su lectura revela un conocimiento profundo del corazón humano y una gran experiencia en
la dirección de las almas. Estas treinta medi¬
taciones, substanciosas y prácticas, ejerce¬
rán sobre las almas una influencia eficacísi¬
ma con su aroma de suavidad; servirá para dilatar los corazones y los dispondrá insensi¬
blemente a «dar su consentimiento al amor,»
sintiéndose felices y santas con el sólo efecto
de la divina ternura. Si la vida eterna es co¬
nocer íntimamente a Jesús, sobre todo con el corazón, indudablemente esta obra es una fe¬
liz iniciación de la vida eterna.
Se han publicado dos ediciones; una para

las personas que viven en el mundo y otra para las que han abrazado la vida religiosa.
REYNES - MONLAIIR. Lourdes y Bernardiía. 1 t. en 8.° de 266 pegs, con hermo¬
sa encuadernación. Ptas. 4. — «Editorial
Litúrgica Española, Cortes, 58T, Barce¬
lona.»
Muchos son los libros publicados sobre Lourdes, pero en español no conocemos nin¬ guno que se ocupe detenidamente de la inte¬ resante figura de Bernardita.
En estos momentos que la Iglesia la ha beatificado, justo es que se conozca y estudie con cariño su personalidad, tan llena de atractivos. Humilde violeta escogida por la Virgen para realizar su misión, una vez que¬ dó ésta terminada, parece que se esfuma y desaparece del mundanal ruido. Pero resulta muy emocionante seguir sus pasos como re¬ ligiosa en el «Instituto Cristiano de Nevers, estudiarla como novicia y profesa y ver como va ascendiendo gradualmente por la escala mística en cuya cima se abre la eternidad.
Tal es el valor de esta obra, verdadera de¬ licia literaria, como cosa salida de la pluma
exquisita de Reynés-Monlaur. Pero no se crea por todo lo dicho que la
autora prescinda de los emocionantes acon¬
tecimientos acaecidos en la Santa Gruta.
Precisamente este libro nos da una visión
completamente inédita sobre el particular. Para obtener este resultado, se ha valido con preferencia de la encuesta verificada con mo¬ tivo del proceso de beatificación y en cuanto al relato de las visiones, bastará añadir que está copiado literalmente del mismo que Bernardita escribió de su puño y letra.
Es obra que deleitará inmensamente a to¬ dos los fieles cristianos, pero de una manera especial a los inumerables devotos de la Vir¬ gen Blanca.

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