El Heraldo de Cristo 1920, n. 132
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miento8 Oe la butlaoora fortuna tiene á nivel y a plomo eí cota5ón, para que ni 8e aparte Oel bien, ni OecUne al maU ;Q.tté neceeioao bay Oe gaotat
en e8to tiempo ni paiabraof Hinguno ba8ta boy acabó Oe entender lo8 bieneo qne encierra en 8i la
«5»
conoiberación atenta y devota Oe ia pa8ión be gri8to> Biunque todo8 io8 .Ubro8 del mnndo y todo8 Í08 preceptoreo y mae8tro8 de él 8e acabad 8en y pcrecie8en, en 8ola ia papión del IRedentor ballariamop erudición y doctrina my ba8tante> •ij^ienaventitrado el que pupo por blanco puyo la vida y papión de gripto, para no apartar de ella lop ojop del alma ni un polo pnnto>
Jfrflü litan k los ^ngtlís
-.-en SU libro “XJiálogos de la Conquista del reino de iDios*„

El Heraldo de Cristo

51

1

DEL DÓLMEN A LA CRUZ

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g^ealzó del Druida elgran aliar ciclópeo
y extático y sereno vio seguir la procesión de siglos que camina de un eterno reposo hacia el confin. Potente más que el rayo y las centurias quiso el tiempo sus restos para si
y hoy del coloso, del atleta pétreo,, del titán milenario, llegó el fin.

Ih

Se alzó el templo gentil que condensaba del arte griego el nitido esplendor,

!^

mas solo vió su pura arquitectura

de impuros sacrificios falso dios.

Y el idolo cayó! Del sacro pórtico ni un friso perdonó la destrucción!

T^

Para siempre ruïna! Flor ajada

que ni esencia recobra ni color!

m.

T Se alzó la Cruz del Gólgotha en la cima

y al Hombre-Dios pendiente vió expirar...

Y va creciendo más y más! No basta

un monte humilde para solio real!

Ya el orbe todo es Gólgotha! Miradla

su imperio se extendió de mar a mar

como la hermosa luz del nuevo dia!...

No ha muerto, no, la Cruz, ni morirá!

Antonio

Peña

El Heraldo de Cristo

Siempre Cristo??

i; siempre Cristo. El hecho se repite
constantemente en la
historia de veinte si¬
glos.
En el fondo de to¬
das las grandes lu¬ chas, en el torbellino de las grandes conmo¬ ciones sociales, en la
cúspide de las gran¬ des soluciones que salvan a los pue¬ blos, hallamos siempre el nombre de
Cristo.
Cristo, puesto como señal de con¬
tradicción entibe dos inmensas multi •
tudes, que comprenden y clasifican a todos los hombres, es el que divide, deslinda y separa doi políticas, dos progresos, dos ciencias, dos civiliza¬ ciones, y aún diremos, dos conceptos fundamentales del hombre y de la
vida.
Cuando vive evangelizando a los pueblos, se encuentra entre la multi¬ tud franca y sencilla que rebosando entusiasmo quiere proclamarle rey, y
el núcleo de sectarios interesados que
maquinan su muerte.
Cuando muere clavado en la cruz,
unos le blasfeman e insultan y los otros le confiesn Hijo de Dios.
Cuando permanece en el sepulcro, se dividen las gentes en contrarias opiniones y comentarios sobre su per¬ sona y su doctrina.
Cuando resucita, el brillo de su glo¬ ria no disipa por completo las tinie¬ blas en que se agitan los que discuten
sus actos.

Y si luego son millares los que
quieren ser bautizados en su Nom¬ bre, también son numerosos los que
persiguen a sus discípulos y consi¬ guen que por causa de su Nombre sean azotados y martirizados.
¡Mas tarde... Roma sucumbe y queda sepultada en las ruinas de su grandeza; y el ful gor esplendoroso de la Cruz de Cristo que ilumina los últimos resloi del or¬
gullo romano, ilumina también el be lio surgir de los imperios cristianos, con su nueva organización, civiliza¬ ción y costumbres.
Y, si dejais que pasen un poco más los siglos, vereis esta civilizacién puesta en peligro por la espada de los hijos del Norte; es Cristo perse¬ guido por la fuerza material. Pero
Cristo detiene al bárbaro en su cami¬
no de devastación, para imprimirle
en la frente la señal de la cruz, y en¬
tonces el pecho de hierro y los brazos salvajes de aquellos hombres sin fre¬ no ni ley, se transforman en regene radores de la Europa decaída y en apoyo de lo mismo que iban a des
truir.
Algo más adelante hallareis nue vas y visibles muestras de esta per¬ pètua contradicción, por una parte en el movimiento general de la Europa cristiana contra los infieles, manifies¬ to en tantas empresas heróicas, aco¬ metidas por encima de k)da8 las divi¬ siones y de todas las dificultades, y realizadas en nombre de Cristo; y por
otra en el odio fanático que a este
nombre profesa siempre la morisma mil veces derrotada y nunca bastante
sometida.

'®ÏÍK"<Í)(gÍÏ<íï-
El Heraldo de Cristo

IS^mSS
53

Pero es preciso llegar a los albores de la Edad Moderna y avanzar hasta nuestros días para ver como la con¬ tradicción arrecia y la lucha se agi¬ ganta, y se combate en todos los te¬ rrenos y se esgrime toda clase de
armas.
La espada y la pluma, el libro y el discurso, el oro y la política, las pro¬ mesas y las amenazas, la propaganda franca y los trabajos solapados, todo se emplea contra Cristo, y se le ataca
en nombre de la ciencia, del progre¬ so y de la libertad y bienestar mate¬ rial y económico de los pueblos.
Mas también en el campo católico se multiplican los que defienden a Cristo con toda clase de armas lícitas; y no faltan sabios y escritores y po Uticos y sociólogos que proclamen la necesidad de que los pueblos vuelvan a Cristo, si quieren ser verdadera¬ mente libres y poderosos. Y al ímpe¬ tu de los ataques, corresponde el brío de la defensa; y a la malicia de los impugnadores, la seguridad y firmeza de los numerosos y valientes defen¬
sores.
Y ¿qué iraportian los peligros del
momento actual?
Cierto que los instantes son supre¬ mos; porque toda dificultad se extre¬ ma, y toda lucha se encarniza, y to» da pasión se desborda y toda revolu¬ ción se hace más sanguinaria. Cierto que en medio del trastorno general
producido por haberse arrancado de

las sociedades los fundamentos natu¬
rales que las habían de sostener, es
mucho más visible la contradicción
en torno de Cristo; y el deslinde y se¬ paración de las dos tendencias que
abarcan todos los órdenes de la vida;
una cristiana y anti-cristiana la otra. Cierto que Cristo es ahora, como
antes y como siempre el blanco de
innumerables odios.
Pero no importa; también es el ob¬ jeto de innumerables respetos y ado¬
raciones. Y cuanto más crecen y se amontonan los males sobre la presen¬
te generación, tanto más se levantan los ojos hacia Cristo, de quien ha de
venir el ansiado remedio.
Y como oimos a los estadistas pi¬ diendo que vuelvan a Cristo los pue blos y a los sociólogos reclamando que reine Cristo en las sociedades, confiamos que en día no lejano se
arrodillarán nuevamente ante Cristo
esas multitudes ahora frenéticas y
enloquecidas que ansíen y persiguen en vanó una felicidad puramente
material.
Y al frente de estas multitudes es¬
tarán unos elementos directores, pu
rificados de sus inmoralidades y arre¬
pentidos de sus malos ejemplos, que sabrán amarlas y gobernarlas para bien de todos, en nombre de aquel que siendo Rey del mundo, dió por el mundo su sangre y su vida.
Porque Cristo y solo Cristo es el
Salvador de los hombres.

54
m

El Heraldo de Cristo

DIVENDRES SANT
fosa per l'espay l'última nota del jorn, sinhtrament avalotat; y el llamp, Èuperb, qu esqueixa el nuvolat,
ab sa tétrica llum la nit derrota.
L'univers s'estremeix... La plana ignota del Ilibre del Gran Dea crucificat
se desclou novament. L'humanidat
baix del peu de la Creu s’abat, dextota.
Justa ofrena de l'ànima agrahida qui remembra pietosa, dolorida, la Passió sacrossanta del Senyor!...
Com retruny dins el cor de les centuries la tempesta, brunzint per les boscuries, l'Hora Augysta en qu espira el Redemptor!
A. Garcia Rover

to

imm

La vengan2;.a de S. Pedro (Paso de Salcillo).

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El Heraldo de Cristo

61 jMíetcrío del Calvario

O QÍS?
Son las maldi¬
ciones de un pue
blo deicida; son
los gritos de una
riiultitud deliran¬
te; es el clamor de una turba in¬
sensata que se burla y se mofa de un hombre a quien los jueces han
condenado miserablemente a morir
en una cruz, y cargado con el ins¬ trumento de s,u suplicio ha llegado ya a la cumbre del Gólgota... Los verdugos han clavado su cuerpo en el patíbulo, y después de tres horas de terrible agonía expira lanzando entre el cielo y la tierra aquel grito supremo; Consummatum est: todo se ha cumplido.
Y allí están las piedras que se rompen, y el sol que se apaga y la tierra que se conmueve y el velo del templo que se divide en dos partes para testimoniar que aquel hombre era el Hijo de Dios bajado del cielo para car¬ gar sobre sí las iniquidades del humano linaje v lavarlas con su sangre. Todo se había cumplido.
El Calvario es, pues, el Paraíso de la nueva alianza; es el Edén
donde crece el árbol de la vida
y de la inmortalidad; es el Sinaí
donde el Señor se muestra de¬
rramando bondades y misericor¬ dias; es, más que todo esto, el altar
donde se ofrece el tremendo sacri¬
ficio ante el cual desaparecen todos los sacrificios de la ley antigua; es
el ara donde se inmola la víctima,
divina que, viendo al hombre des¬ pués de su caída incapaz, a pesar de todos los sacrificios y de todos

los holocaustos, de satisfacer plena- ::

mente a la justicia divina que re- \\\\

clamaba una expiación igual a la
ofensa, es decir, infinita, dice a su |
eterno Padre; Los holocaustos de 1

todos los siglos no podrían llenar :
el abismo que el pecado del hom- j bre ha formado; Señor, héme aquí; j Ecce venio. Yo seré la victima y li- 1
bertaré a la humanidad perdida. i

Y en el Calvario sufre y mué- :

re esta víctima sustituyendo al \\

hombre que había merecido su- \\

frir y morir. Y estos sufrimien- í

tos inauditos de la Cruz y del Cal- j

vario son un prodigio de amor y j

de bondad y de misericordia en :

contraposición a un prodigio de j

justicia.

[

El anatema lanzado, ya en la 1 mañana dé los siglos, contra Adán 1 cayó también sobre nosotros, y para I

que se nos levantase esta maidi* | ción tuvimos necesidad de aquel :

sacrificio, necesidad de que Jesu- :
cristo autor y principio de la vida •
\\ se condenase Jibremente a sufrir la pena terrible de la muerte y que la i

justicia divina le cargase con el :

peso de nuestras iniquidades y ca- ;
yera sobre El el castigo, que de- j bía procurarnos a nosotros la paz. j
Comunicándonos Adán sangre i
viciada en su origen, nos comu- j
nicaba la corrupción, el pecado, : el dolor y la muerte, y por la [ efusión de su sangre, Jesucristo ji en el Calvario, nos merece la I:
gracia y la salud. Y desde aque- i:
lia cima augusta nos habla y nos j:

dice; Yo soy como Adán el re- jj
presentante, el fiador, la cabeza de jj
la humanidad, y si él, prevari- ji
cador, arrastró desgraciadamente jj

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f Yo, ia santidad misma, la santi
I dad por esencia, la santidad sin
I sombra, inmaculada, os redimo \\ con mis sufrimientos y murien
: do os vuelvo a la vida

: Tal es el misterio de ia Cruz,
: el misterio del Calvario.

:

»

:

í-

*

j ¿Lo oís?.. ..
I Son hoy también las maldicio1 nes de otro pueblo deicida; los I gritos de otra multitud deliran-
[ te; el clamor de la humanidad
i loca que desprecia aquel sacri: ficio y se mofa, sin entender: lo, de aquel misterio; es la im: piedad persiguiendo al Divino Cru-
: cificado con rabia satánica, arran-
1 cando de los corazones las santas
I creencias que los vivifican. Son
: las blasfemias horribles que se
\\ oyen a cada paso, como un eco del \\ infierno. Es la prensa impía y bias
í fema que derramando en libros y : periódicos los más groseros y au [ daces errores conmueve las santas
i convicciones dé la fe. Són los par-
: lamentos donde se dictan y se dis-
: cuten leyes de destrucción; son í las abominaciones públicas y pri : vadas, la profanación del domingo I y la indiferencia religiosa y sobre
i todo el odio satánico que no pu
I diendo herir a Dios, ataca a la I verdad, a la Iglesia, al sacerdocio

y jura aniquilarlos en sangre e ig
nominia. Son los escándalos que
nos desuelan, los crímenes que nos estremecen, los errores que nos in
vaden
Y ante esas olas de iniquidad que suben, suben siempre, Jesu cristo, usando siempre también de
su misericordia, sufre otra vez ca¬
da día los dolores de su pasión, y para lavar con el mérito de su sangre las iniquidades de la pre¬
sente humanidad, renueva cada día
en el altar el sacrificio de la cruz, el misterio del Calvario.
¡Oh! ¡bendito y mil veces ben¬
dito el monte donde se consumó
ei misterio de amor! ¡Bendito seas, altar santo, teñido con ia sangre de mi Dios! Aquí vendrán las almas puras a apagar la sed que les de¬ vora. Aquí correrán en abundan¬ cia las lágrimas del pecador. Aquí germinarán la abnegación, los san tos pensamientos, los castos deseos, las virtudes firmes y sublimes. Aquí s*^ dirigirán siempre todas las mira
das del universo sediento de luz y de verdad.
Terra, pontus, astray mundus
hoc lavantur flumine.
Fr. Gabriel Tous,
T. O. /?.

I

N'èí un llibre amb fulles dor
la Passïó dolorosa:
En patibolJesús mor, plora la Verge amorosa... Vull que's deliti mon cor en eixa font. amargosa.
Vull contemplar, penedit, de Deu la santa agonia
amb mon cor adolorit unit al cor de Maria.
Vora Jesús innocent jo ma vida vull passar-hi en amor 'i patiment
dalt la cima del Calvari.
Mon Senifor, ai! lo veuré en mitj de gent inhumana, marcida i feta malbé
sa bellesa sobirana.
Veuré 7 sol tot obscurat
i enfosquides les estrelles

i en la creu el braç clavat
que obrà tantes marovelles.
Veuré ’Is claus, lo dur martell, la suor i sang divines
i aquell front gentil i bell on s'enfonsen les espines.
Veuré 7 broll suau, suau
de la llaga sang^nenta que al costat, Jesús, portau tan vermella i resplandenta,
i la Mare de l’Amor
afligida i contristada com l'imatge del dolor dreta, augusta, desolada.
N'ès un llibre amb fulles d'or
la Passïó dolorosa:
En patibolJesús mor, plora la Verge amorosa... ¡Ah, que’m penetri 7 meu cor SQ complanta piadosa!
Fra Jaume l^osselló, T, O H.

El Heraldo de Crisiü

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La Santa Verónica (Paso de Salcillo).

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El Heraldo de Cristo

EL LEGADO DE DIOS

ADA hay más grande que
el amor.
£1 muestra al moso en
el umbral de su carre¬
ra altos y encumbrados ideales, alienta al gue¬
rrero hazañoso en el fra¬
gor de la batalla, une en perpetuo irrompible lazo los esposos en la prima¬
vera de la vida y engen¬
dra el heroísmo en el pecho de la madre. ¿Qué seria de la Historia sin el amor? Una narración vulgar, muy rastrera e insípida. Pero cuando quien ama no es puro hombre, sino que es Jesucristo, Dios y hombre verdadero, nadie puede encarecer debidamente las proezas del amor.
Porque ¿no habéis sorprendido
nunca a la venerable matrona arru¬
llando en su regazo el pedazo de sus
entrañas? Ved como se anima su ros¬
tro al calor de los ensueños y cente¬
llean sus ojos por la vehemencia de
sus férvidos anhelos: ensueños y an¬
helos que giran todos a la postre en torno de un ansia: ¡labrar la felicidad del hijo! Y sin embargo el niño cre¬ ce; deslizanse los días de la infancia,
ájase la flor de la juventud, llega la edad madura...; y aquellos deseos no se cumplen, y aquellas esperanzas quedan burladas por la aplastante realidad, y aquellos ensueños, con ser tan nobles y tan bellos, desvanécense

como bruma al ardor de los rayos so¬
lares.
No fué así en cuanto a Jesucristo. El cual, como Hijo de Dios que era y la sesfunda Persona de la Santísima Trinidad, igual al Padre y al Espíritu Santo, unía a su amor infinito un po¬
der también infinito. Fehaciente e in¬
contrastable prueba de ello son los muchos asombrosos prodigios que
obraba en confírmación de su doctri¬
na, como la curación del leproso, la devolución de la vista al ciego, la re¬
surrección del muerto, y tantos otros
que seria prolijo recordar. Pues bien; habían transcurrido ya
tres años próximamente desde la apa¬ rición de Cristo en la vida pública, y conociendo por intuición divina lo cercano de su muerte, comprendía
asimismo ser llegada la hora de ir al Padre. Y El, que, como dice S. Juan, había amado a los suyos y los amó hasta el fin, quiso arbitrar un medio de quedarse entre los hombres, y de acompañar, en su viaje a través de los siglos, a su Esposa inmaculada la Iglesia católica, cuyo glorioso adve¬
nimiento se acercaba a más andar.
Así pues, Jesucristo, hallábase reu¬ nido con sus discípulos en el Cená¬
culo con motivo de la celebración de
la Pascua; y hé aquí que, después de haber comido el cordero pascual, los apóstoles advirtieron una mudanza y especie de transformación en la Per¬
sona del Maestro. Una auréola de sua¬
ves matices cercaba su faz, y la tez de su rostro, dulcemente coloreada, de-

El Heraldo de Cristo

jaba traslucir los sublimes pensamien¬ tos que en su mente fulguraban. Irra¬ diaban sus ojos vivísimos y apacibles destellos, y celeste sonrisa dibujábase en su purpúreo labio. De la mesurada actitud y grave ademán de su Perso¬
na reverberaban los inefables resplan¬ dores en que bañábase su alma, y de todo su cuerpo parecían transpirar
efluvios de la Divinidad.
Entonces tomó Jesús en sus manos
uno de ios panes que Habían quedado en la mesa, levantó los ojos ai cielo, y después de dar gracias en alta voz a su Padre, lo bendijo con singular
bendición, lo partió en pedazos, y asi partido dándolo a sus discípulos, di¬ jo:^*’ «Tomad y comed; este es mi cuerpo, que es dado por vosotros». Y en virtud de estas palabras transustanció aquel pan en su mismo cuerpo. Embelesados y como transportados estaban los apóstoles por los indeci¬
bles efectos que en sus corazones
obraba aquel divino manjar, cuando Jesús tomó en sus manos una taza o copa que junto a si tenía, y llenado que la hubo de vino, tornó a dirigir la mirada ai cielo, y después de dar gra¬
cias a su Padre en la misma forma que
lo había hecho antes, la bendijo y dió de beber a sus discípulos, dicien¬ do: «Bebed todos de este cáliz,
pues ésta es mi sangre del Nuevo Testamento que será derramada por muchos eii remisión de los pecados.> Con lo cual aquel vino convirtióse en la sangre real y verdadera del Hijo de Dios. Y añadió en seguida Jesús: «Esto que me habéis visto hacer a
mi, hacedlo en adelante vosotros en
mi memoria.»
(1) Math., XXVI, 26 y sig. (2) Jo., VI, 48 y sig.

¡Pásmense los cielos, y regocíjese la tierral El Hijo del Eterno, Verbo del Padre y figura de su Substancia ha bajado a la tierra para habitar en¬ tre ios hombres, háse revestido de
ios andrajos de su flaca y desmedrada naturaleza, y, próximo ya al término de su mortal carrera, les ha dado su
cuerpo en comida y su sangre en be¬ bida, es decir, les ha legado una man¬ da, en la que con trazas admirables y nunca imaginadas ha resumido y co.mpendiado los donesy gracias de suinfinita liberalidad, al par que ha agotado todos los recursos de su omnipotencia.
¡Alborozaos, almas fíeles! Ya tene¬ mos la única oblación digna, grata y acepta a la Soberana Majestad de nuestro Dios. Ya hay quien interceda eficazmente por nosotros ante el Altí¬ simo: suban, pues, hacia el divino so¬
lio nuestras oraciones entre nubes de
incienso. Ya disponemos de una víc¬ tima que aplaque las iras de un Dios
justiciero: rociémosla, pues, con nues¬
tras lágrimas. Ya tenemos, en fin, un
sacrificio, cuya sangTe preciosísima mirará complacido el Padre celestial, que derramará en«retorno sobre noso¬ tros nuevos dones y carismas.
¡Bendigo una y mil veces, dadivoso Jesús mío, vuestra infinita liberalidad
para con el mísero mortal! Al pié del altar eucarístico, donde residís sacra¬ mentado por nuestro amor, vendré
yo a beber a raudales la luz de la in¬ teligencia y la fuerza de la voluntad,
a impetrar el perdón de mis culpas y de todo el linaje humano, víctima hoy de porfiados odios y rencores. ¡En¬ ciende, Señor, en los pueblos la lla¬ ma de tu amor, y a su influjo disípe¬ se el nublado que sobre ellos ciérne¬
se inminente!
Fr. C. Sureda, T. o. R.

El Heraldo de Cristo
PÁGINES DE LANTIGOR ^
(s
Descripció de ¡a figura de Jesucrist
-■Zrr- ■
ESUCRIST.../ou de statura acostantse a granea pro’ porcionada; aquelh quil mirauen lo podien amar y colrre; los cabells de color de auellana, plans fins a les orelles, y mes auall tenien la color mes clara, y eren
niellats fins dauall los muscles y en dos parts se partien, al modo quels nazareus los porten; la sua faç speciosa sens algun defalt ni macula, ab una serenitat clara, reuerend ensemps y affable, que los qui la mirauen, podien ensemps sperar y tembre; lo front pla sens alguna ruha; les celles de color de castanya, distinctes, largues y molt fornides; lo nas aguileny que la sua cara enbellia, en lo mig ab una po¬ ca eminencia que li donaua peifeta forma; los alls castanys, nets y lucits, que a la part de les orelles se allurgauen; lar¬ gues les pestanyes, no del tot negres; la barba de la color dels cabells, molt fornida, que en dos parts se partia; la boca de magnitut mitjana, ab los labis que sobre blanch a color
vermella se acostauen, les dents de una blancor de orientals
perles, molt poch les descobria... era la sua natural color
venusta, de blancor viua, tirant a rosa blanca; es veritat que
la penitencia lo discoloria; e incitaua a gran deuoció los quil mirauen; larchs los braços y les mans proporcionades; drets, larchs los dits y stesos, ab les ungles de color viua; y axi tot lo seu cos, pujant dels peus fins a la part del cap mes alta, era de tan elegant bellea, que, los ulls qui sens enuèja mi¬ rauen proporció de tan elegant figura, donauen lakors a là
maiestat divina. Roig de Corella.

os’enemigos del Crucificado no están aún tran¬ quilos con haberle visto expirar sobre el sagra¬ do madero. Temen aún a pesar de que su Cuer¬ po sacrosanto ha sido encerrado en el sepulcro y éste ha sido cerrado con pesada losa. Y por
más que se escuden con el peligro de que los discípulos de Je¬ sús vayan durante la noche a robar su cadáver para propalar después fantásticas leyendas, claramente dan a comprender que una secreta inquietud atormenta su alma.
Por más qué se hayan émpeñado en cerrar los ojos, la luz de la verdad há brillado esplendorosa ante ellos. Cristo había obra¬ do infinidad de estupendos prodigios, bien podía esténderse su poder hasta más allá del sepulcro; había devuelto la vida a mu¬ chos muertos; también podría tal vez devolvérsela a Si mismo.
Los Judíos temen... y temen con razón. Han sellado la entrada del sepulcro de Jesús y han colocado
guardias junto a ella. Empiezan por ventura a respirar al ver
que ha transcurrido la noche del viernes y todo el sábado sin que nada de particular sucediera... cuando hé aquí que al des¬ pertar el tercer día la tierra, como arrepentida de haber tenido por tanto tiempo oculto en su seno a su Criador, se conmueve con intenso temblor y ábrense por sí mismas las puertas que en¬ cerraban a Cristo en el sepulcro.
Los soldados huyen aterrorizados; unas piadosas mujeres que
habían venido al monumento para ungir con preciosos ungüentos el santo Cadáver, no lo encuentran en el lugar donde lo habían depositado, y mientras con ansiedad lo buscan, oyen la voz de los celestes mensajeros, que les aseguran que Jesús no está allí
porque ha resucitado: surreáeit, mn mi hie. Pronto llegaron a oídos de los enemigos de Cristo estas para
ellos espantosas palabras. Cristo había resucitado! Cristo vivia! Luego vanas e inútiles habían resultado sus persecuciones; va-

El Heraldo de Cristo

nos e inútiles los tormentos de la pasión; vana e inútil ja mis¬ ma muerte con la sepultura!

Surrexit; non est hic. Jesús no quedaba para siempre encerra¬ do en la lobreguez de la tumba. Vivía y otra vez congregaba en torno de Sí las ovejas que se habían dispersado a la furiosa em¬ bestida de los lobos infernales. Fortalecía.en la fe a sus discípu¬

los, les revestía de su poder y les comunicaba su Espíritu Pa¬
ráclito.

Surrexit; non est hic. Jesús triunfaba victorioso de la misma

muerte y el testimonio de su resurrección era el medio de que se valia Pedro para convencer a miles y miles de Judíos que creían en £l y le adoraban.

Surrexit; non est Jesús había resucitado, y la gloria de su

resurrección traspasaba los limites de la Palestina, se extendía

por todo el orbe, y atraía a todos los pueblos ya todas las genera¬

ciones a la doctrina y al seguimiento de Cristo. La claridad de

su resurrección disipaba las tinieblas del paganismo y ante Jesús

resucitado, vida verdadera y perdurable, caían d.ésplomados los

ídolos, representación de la corrupción y de la muerte.

Surrexit; non est hic ..

de todos los esfuerzos del in¬

fierno para aniquilar el reinado de Jesús, Este reina y reinará

eternamente. No obstante todas las persecuciones, por crueles y

sangrientas que hayan sido, de que fué objeto la Iglesia, vemos

salirla de ellas siempre más pujante y gloriosa. Por más empeño

que haya, por parte del mundo y demonio coaligados para hacer

desaparecer el espíritu de Cristo y borrar el nombre de cristia¬

no, este nombre glorioso será siempre la más preciada joya de

las almas grandes y el espíritu de Cristo será siempre la única

salvación posible para los pueblos y naciones.

Los enemigos de Cristo quedarán siempre aplastados y su

maravillosa Resurrección no dejará nunca^e surtir sus efectos

siendo el manantial inagotable donde irán a beber las almas se¬

dientas de vida.

Fr. Miguel Vidal.

SUMARIO

Maná del alma.— Del dolmen a la Cruz ípoesía).— ¡jSiempre Cristo?? — Divendres Sant (poesía). — El

misterio del Calvario. — Passionaria (poesía). — El legado de Dios. - Des¬

cripció de la figura de Jcsucrist. — Surrexit; non est hic.

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