Cabe plantearse si en nuestro mundo complejo y plural el Estado puede mantenerse neutral y arbitrar entre las diferentes sensibilidades, aspiraciones e identidades de una población heterogénea, desvinculándose de la cultura mayoritaria con la que tradicionalmente se ha identificado -tal como propone Habermas- y si con una política del reconocimiento y de la protección de los derechos culturales sería suficiente para apaciguar las tensiones nacionales. Pero sobre todo conviene aclarar hasta qué punto existió un vínculo entre el nacionalismo y el republicanismo. Aunque el mismo Habermas reconoce que tal conexión no tuvo carácter normativo y que llegado el momento presente podemos superar, que no suprimir, al Estado nacional para dar paso a un nuevo orden postradicional regido por una sociedad necesitada de una política interior mundial y de instancias políticas supranacionales, como es el caso de la Unión Europea, que la regulen.

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